sábado, 10 de enero de 2015

Horror Vacui ??

Erguido había un pequeño mausoleo, visible a través de los numerosos agujeros en los edificios que hacían parecer al pueblo un paraíso de queso blanco y amarillo. Destacaba éste entre la monocromía por su intenso color verde oscuro, rodeado de pequeños arbustos que no pasaban de los dos metros, y parecían haberse desteñido con el tiempo.
- ¿Qué hay allí, en lo alto de aquel lugar? - Pregunté indicando la chata pero existente colinita que se ocultaba bajo el edificio.
- ¡El corazón del reino! Allí no se puede jugar - me dijo el chico sin hombro - pero si de verdad eres nuestro escritor, es donde te hay que llevar.
- ¿Y cómo a ti te debo llamar? Y más importante, ¿por qué todo ha de rimar?
Miró al cielo y alzando el dedo índice marcó una estrella que incluso a la luz del día se veía. Tan cerca estaba, quecon el Sol de este mundo podría confuntirla, era algo más pequeña que la luna en tamaño, pero eso no le quitaba la brillantez del lucero ardiente que era, y parecía competir con su gigante hermano, apenas un centímetro mayor que él en cuanto a diámetro.
Centímetro según mi vista, claro. ¿Pero cuál sería más grande de los dos? ¿Y si aquel mayor fuese solo más cercano, y desde la lejanía se acercase su luchador hermano?
- Aquel astro, la creación centró de este universo. Melissa fue el nombre que le fue otorgado, su luz es invisible, ultravioleta, pero también la rima nos ha dado.
Reflejados sus ojos en aquella estrella, el púrpura que tanto destacaba de su iris se pronunció aún más si cabía. Melissa era tan redonda como la mismísima Luna llena que decoraba el firmamento terrestre. No sabía si aquello era otra tierra aún por descubrir, pero de imaginación aún quedaba mucho por cubrir - dijo mientras miraba fijamente al cuerpo celeste (que seguro influyó en la selección de palabras).
¿Hasta dónde llegará el poder de Melissa?
- ¡Por cierto! ¿Al montículo no debíamos llegar? ¡A éste paso, tarde se me hará!
- ¡Vamos joven escritor! ¡O el cuatro de Enero a este paso se va a acabar!
Y señalando con su misterioso brazo deshombrado el sendero, comenzamos la marcha, los dos solos, a través del Bosque de las Maravillas, nombre recogido en un frágil letrero de madera, pero sin un solo agujero, por raro que pareciese.

La calzada era estrecha y dificilmente cabíamos el uno al lado del otro, aunque en uno de los pocos tramos que a su lado aprovechaba, al mirar de reojo pude observar el otro lado del bosquecillo a través de su oído, que parecía estar vacío, y como un telescopio, ampliaba detalles que no eran visibles de otro modo. A través de él, las ramas caían hacia abajo, sin ambición por alcanzar el cielo, y sus colores eran ciertamente naturales; verdes, marrones, colores que tanto se nos antojan pero no existían en aquel bosque. 
Al acercarme más, pude escuchar un instante un grupo de gorriones chirriando cuando
- ¡Quieto! ¡Con tanta mala educación te vas a meter en un buen aprieto!
En cierto modo, la rima que impregnaba el mundo fijo hacía la vida más entretenida; menos seriedad, más musicalidad. ¡Hasta las más duras riñas tendrían arte y gracia! (Aunque ya de rimas no se tratarían) 
Paso tras paso, el bosque no parecía tener fin. Infinitos sauces llorones, surgiendo de cada granito de tierra, levantaban sus tentáculos del suelo, y dotados de colores extraños, siempre en la misma progresión: un degradado de verde que marchitaba cuanto más cercano estuviese del suelo. De hecho, los troncos que levantaban tantos kilos de diminutas hojas eran puras plumas de cuervo, que parecían rodear un esqueleto de algún engendro ancestral, bajo la tierra enterrado.
¿Pero cómo iba a existir criatura así? ¡Ni que estuviésemos en un cuento!
De fondo se comenzaron a escuchar una manada de lobos en lo alto de alguna montaña muy muy lejana. Aullaron alto, sus voces recorrieron la bóveda celeste, monoestrellada, y cayeron en picado en nuestra dirección. Veloces, informes, cada vez se escuchaban más altas. Los lobos parecían estar justo a nuestro lado cuando...
¡Ah! Dios, ¡mi cabeza!
Con un salto increíblemente escandaloso caí sobre la mesa, con el libro bajo los pulgares del pie y mi cabeza sobre el respaldo de la silla. No llevaba mi ropa puesta, y no terminaba de recordar si siquiera la vestía en el cuento. De hecho, lo sucedido se me antojaba borroso. 
Era plena noche; el frío se arremolinó a mi alrededor y me recordó que estaba en cueros. Mi ropa estaba perfectamente doblada sobre la silla gracias a alguna fuerza que sospechaba nunca entender.
¿Qué hora sería? Ya por la claraboya sólo se filtraban las luces de algunas estrellas.
Me recorrí los pasillos con sumo cuidado, evitando todo ruido evitable. El jardín me llamaba con fuerza, y lo que me faltaba era escuchar las increpacioness de algún adulto.
Pero entonces recordé que siempre había vivido solo. En esta mansion tan amplia, tan vacía. Árida como el mayor desierto, pero acogedora. ¿Acaso tanto amaba la soledad? 
¿Podría alguien cuya vida ha vivido entera solo, detestar la soledad? 
¿Qué era esa felicidad que sentía rodeado de tantos personajes?

Llegué a la puerta trasera, que daba a un pequeño atrio; abetos dispuestos en círculo al rededor der una almohada de cesped, nunca cortado.
Odiaba el cesped cortado. Y mucho más su olor. Privación, censura, y ácidez, así es el blanco amarronado que se queda cuando el cesped es cortado, no ese verde misterioso y almohadillado tan propio del cesped salvaje. 
Me encantaba esa colina. Podía pasar horas y horas allí. Lectura, violín, cualquier actividad se convertía en inspiradora gracias al espacio tan amplio, la brisa tan serena, el silencio abisal que se cernía entre los 13 abetos, cortando y expandiendo aquel paraíso.
Allí me perdí una vez más. ¿Qué hora sería de la madrugada? ¡Qué pregunta más aburrida! Con dormir en dos o tres clases mañana todo se compensaría fácilmente. 
La noche fue perfecta. Cuando el primer rayo de luz cortó la noche, y el arcoíris empezó a expandirse me di cuenta de que había dormido dos o tres horas. No tenía frío, se estaba demasiado bien allí, aunque debía tener más cuidado, los resfriados que llevaba este año ya sobrepasaban los dedos de una mano. ¡Hasta en verano me resfriaba! Era increíble que no hubiese pasado frío.
¿Pero dónde estaba la Luna? El cambio de dos astros a sólo uno en el cielo diurno era dificil de apreciar, pero siempre conseguía encontrar el satélite. Sin embargo, hoy no era mi día...
¿Qué estaría pasando?´¿Por qué estaban tan agitados los aires difíciles? 

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