Historia 10

¡Joder!

Tengo un gravísimo problema

Dos fiestas de cumpleaños. ¡Sorpresa!

¿Adivináis el cumpleañero?

Yo.

Todos lo decían. ¡Cuántos amigos tienes! – Y se reían. Y yo no me río. Yo tiemblo ante mi maldición.

Cuando somos bebés, todos llamamos la atención. Todos los adultos que pasean a tu lado te miran, ¿no? Y sonríen. Y comentan lo mono, lo gordito que eres, o el bellezón en el que te convertirás.

Pero conmigo continuaban haciéndolo. No había día en el que un piropo no sacudiese mi tranquilidad. Leer en el parque era imposible, todos me miraban. Todos recelaban de mi cara, y deseaban ser mis amigos. Tampoco podía estudiar en la biblioteca. Ni pasear por la calle. Esos ojos. Mis ojos los llaman.

De millares de colores. Parecían más lujosos que las piedras colgadas de las orejas de mi madre.

Mi madre no era amable. No era simpática. Era temible, su mirada me asustaba. Comer junto a ella era un agobio, parecía un gato enfurecido; sus “favores” gruñidos, sus preguntas eran siseos,  con tal de dar la respuesta equivocada: ¡zas!

Y salir a la calle no podía.

Y me moría, me moría por dentro.

Eran mis ojos. Todo por su culpa. Eran preciosos… Demasiado preciosos. Al salir de la ducha, debía evitar mirarlos… estaban hechizados. Tan profundamente hechizados…

Y mi piel, pálida como la lana pura, les acompañaba. Mis pecas en el rostro dibujaban el firmamento que rodeaba a esos dos soles. ¡Sol y estrellas! Tal paradoja encantaba tanto, tanto a la gente…

Mi cabello oscuro, todo me daba figura de muñeco. Mi cuerpo definido ponía la guinda, no eran solo celos, era lujuria, era ira… Eran tantas cosas las que ellos sentían.

Sin embargo, al cerrarlos, todo se desvanecía.

Mágicamente, mi cara, y cuerpo, en plástico liso se convertían.

Nada estaba definido. Yo era eso, simplemente un muñeco a medio hacer. Un muñeco hechizado. Un muñeco cuyos ojos albergaban una de las peores maldiciones habidas y por haber.

La fama.