miércoles, 7 de enero de 2015

???

Hacía sólo unos meses, yo era parte de esos aires difíciles - pensé. Pero ¿y ahora? ¿qué debería hacer?

Ideas recorrieron mi cabeza, continuaciones de las cortísimas pero magníficas historietas que me encantaba escribir. Quería escoger alguna, trabajar en ella, labrarla y fortificarla, pero no se me ocurría cual. 

De hecho, tras las vacaciones de invierno, también se me olvidó para cuando era su entrega.

El concurso, competición, lo que sea ésto de literatura era mi única manera de conseguir creer en lo bien que estaban mis ideas, en su no-mediocridad, en su habilidad para seguir adelante. No era mi objetivo, era su objetivo, de los tantos seres que había creado. ¡No podía dejarlos solos! Pero tampoco sabía si transmitían aquel mensaje que tanto quería encarnar en éllos.

¡Oh! - Se me ocurrió otra idea para el cuento que hacía poco había empezado, el que había descubierto en el estudio de mi abuelo. Todas estas espontaneidades eran anotadas una tras otra en mi agenda, con el único riesgo de dejarme sin líneas para la tarea, y daban a la agenda ese aspecto de mosaico desordenado que tanto me gustaba. Pequeñas teselas describían fragmentos de historia en menos de una línea, siempre empezando por el Y si... que amaba casi tanto como el queso.

¡Queso! Ojalá tuviese un buen parmesano ahora mismo. La clase de lengua era la única agradable en este larguísimo curso escolar; no por mi amor hacia la literatura o sintaxis, que tampoco era desmesurado, no nos engañemos, sino por la profesora que en un intento de enseñar lo verdadero; no lengua, sino a nosotros mismos, contaba anécdotas y datos muy interesantes de la lengua.

El viento no se calmó en toda la hora, y parecía gustarle también esta clase; en su actividad y ferocidad se denotaba una preferencia por los martes, miércoles, y jueves, cuando la filóloga se ponía tras su mesa, o frente a la pizarra.

Incluso a veces, parecía venir al aclamo de las pequeñas piedrecitas que mi mente ausente creaba. Cada vez que un nuevo trocito de piedra era escrito en aquel borrador verde pistacho, saludaban al nuevo fragmento que para mi historia había creado. Con un estruendoso toc, toc, parecían aclamar el nacimiento de un nuevo viento.

Sin embargo, no era el ruido de sus choques lo peor de la clase, sino el hambre que tenía aquel día. Mi estómago parecía escalar hasta la campanilla. En casa apenas quedaban cereales o manzanas, mi desayuno por excelencia. Y lo peor ¡no-ha-bí-a-que-so! ¿Cómo sobrevivir en un mundo tan cruel? se preguntaba mi pobre tripita cada mañana, cuando observaba el frío vacío en la nevera.

...Aunque bueno, vacía, vacía, no estaba. Y de hecho siempre tenía a mi abuela deseosa de cebarme cual cochino, pero el drama siempre es divertido. La queja purifica, cita que me acabo de inventar y no sale de ningún escritor famoso, o éso creo. ¿Pero por qué se le dan tanta importancia a las citas de gente famosa? Mi abuelita dice algunas frases que rebatirían las de miles de filósofos y pintores, ¡y aún así en ningun momento ha sido citada!

También surgía una injusticia a la que mucho temías, ¿y si creabas una cuota que ya se hubiese dicho? ¡Y por alguien famoso! O peor, ¿y si descubrieses que alguien famoso le quitase una cuota a tu abuelita! ¡Qué mundo tan injusto!

Y al fin la campana sonó. Esta tarde sería dura; miles de deberes y cuatro ideas que escribir, sin embargo, a lo que más temías era a la terrible indecisión de comer el delicioso polvorón de cacao que habías traído ahora, y pasar hambre a las dos ultimas horas, o aguantar las dos horas siguientes y disfrutar de él después.


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