sábado, 27 de diciembre de 2014

Somvium

Cerró la puerta de un portazo, y sus pasos se esfumaron en la lejanía, abandonando a un Eirene, confuso, que no terminaba de entender esta despedida.
...
... ¿Hasta... Mañana?
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Sentado sobre la almohada, miró la cama de Niso, solitaria. Sábana lisa, cubierta por un par de mantas, y la almohada ahuecada, que lucían tristes, sin poder dar cobijo a los sueños y fantasías que viviría Niso, ni recibirían su cariño.
El hacer las camas era responsabilidad de los jóvenes. Si bien varios empleados se encargaban del pasillo, y de cuando en cuando se hacían inspecciones en cada cuarto, del umbral hacia dentro el cuidado estaba a cargo de los inquilinos, cuyas armas encontraban en un pequeño armarito con escobas fregonas y demás útiles
No eran ni las diez, y no tenía nada que hacer. El lenguaje ininteligible de las lecciones no parecía haberle mandando deberes, y su compañero tampoco estaba en el cuarto.
Pensó en salir detrás de Niso, pero cuando cerró la puerta el reglamento atras pegado exclamaba una norma en mayúsculas y carácteres rojos. Más que otra norma, parecía el título del reglamento, y decía claramente, en un lenguaje perfectamente entendible: "Queda terminantemente prohibida toda salida tras las rondas" - y seguía - "Los baños serán cerrados todos a las nueve, y en caso de emergencia, llamen al delegado de guardia por teléfono" - con fuente más pequeña, y finalizando con un sobrio "gracias" que sólo tenía un imperativo adorno: "No salgáis" introducido con una coma.
¿Por qué habrá salido Niso? Él sabía mucho más, y aún así, ¿cómo ha podido saltarse tan simple regla? ¿Y Por qué?
Se levantó y pasó del uniforme al pijama para con un salto tumbarse en la cama. Con ambas manos bajo su cabeza, se quedó mirando al uniforme techo blanco, que parecía de una sola pieza, como todo el edificio; incluso la moqueta de las paredes era tan perfecta que no se podía ver cuando empezaba y terminaba una pieza, pareciendo todo una cabellera corta cortada.
Paralelamente, Niso observaba lo mismo al correr por las escaleras, que parecían talladas, junto a la barandilla, en una sola pieza maciza. Este volumen interno era perfecto, aunque las escaleras "flotasen" de planta en planta, sin ningún tipo de pilar y separadas de la pared, jamás vió una sola grieta en el edificio, que o reparaba sus heridas a velocidad increíble, o era inmune a éllas.
Y así pasaron los minutos, sin noticia alguna de su regreso...
Él ya había llegado y estaba con Cles, pero Eirene empezaba a preocuparse. Niso no salía de su cabeza, y la sensación de amnesia cada vez le era más evidente. Su rostro, delgado, con ojos verdes y cabello castaño no era algo nuevo para él. Su nariz chata, y labios algo carnosos, de un rojo pastel... Ningún dato era novedad... ¿De qué podría conocerle? ¿Cuánto tiempo llevarían juntos en este cuarto?
Sus párpados comenzaron a cerrarse. Su lecho llamaba al mundo onírico, y sin darse cuenta, giró la cabeza hacia un lado, flexionó ambas piernas y brazos para y quedó adormilado; apoderándose de la sábana con las manos, el mundo cayó en las tinieblas de sus párpados.
En ellas comenzaron a proyectarse los eventos del día, que se desvanecían escena tras escena en un polvo blanquecino que caía, y caía. Intentó mirar hacia el abismo sobre el que se precipitaban esos pequeños copos de nieve que se mecían en una brisa inexistente, pero no lo logró. Algo le decía que tenía que mirar al frente, una voz a su izquierda que le susurró comida.
Lástima que no recuerdes nada
Miró en dirección a la voz, mas nadie había. 
Giró su cabeza hacia el otro lado, y tampoco. Por última vez, hacia arriba, y al intentarlo hacia abajo, su cabeza quedó encajada en la improvisada pantalla, donde la sonrisa de un chico se iba esfumando en ligeros copos de nieve. Estaba tras una puerta, y al verlo, creyó escuchar Hasta mañana, Eirene..., en una voz que ya no reconocía, mientras por sus ojos entraba un rostro, cuyo nombre nunca más recordaría...
Y comenzó a llorar, sin saber qué le ocurría. ¿Era un sueño aquello, era real? Real parecía, sin dudarlo un solo momento, pero sin embargo, Eirene, nada sabía...
Se esfumó la última imagen, y de cada esquina, en esta redonda estancia, comenzaron a brotar pequeños fulgores: medusas, de todos los colores, inspirando y expirando. Algunas tenían una sola tonalidad, otras varias, y todas eran cambiantes. Alargadas, anchas, cortas, tan pequeñas como su meñique y del tamaño de un cráneo, nadaban en la nada, fluyendo con élla y bailando en el éter. Todas se dirigían hacia arriba, haciendo espirales, pero su luz, pese a brillante, era engullida por la oscuridad penetrante.
Tanto era así, que tal y como surgieron, desaparecieron. Titilantes, palidecientes, primero la luz y entonces de su gelatina nada quedaba. Solitario, el chico no entendía qué soñaba.
Las medusas sí dejaron un último regalo, unas corrientes de aire, de temperatura neutra, que ascendían hacia la cúspide de forma helicoidal. En cierto modo, parecía que eran las medusas quienes lo movían, y que sólo era su resplandor el que se extinguió. El caso era, que nunca se sabría, y en aquella oscuridad imposibles de ver serían.
Y como en el cine, la peli hubo acabado. Eirene se despertó, de repente. Era de noche, y seguía solo en el cuarto, pero hacía frío, y seguía solitario. Apenas había pasado media hora desde que en la pesadilla se vio sumido.
Alrededor de sus brazos, varios filamentos de hierro estaban engarzados, dando a su cuerpo aspecto de piedra preciosa, como un brazalete que se extendía hasta el codo, dos o tres muelles de la cama se habían trenzado para anclar a élla por todo su cuerpo, asemejándose a las raíces de un árbol que un nutriente había atrapado.
Su pijama se había hecho uno con las sábanas y su torso quedaba completamente desnudo, sobre el que se dibujaban torbellinos de hierro asimétricos, que algunos hendían sus centros hacia el interior de Eirene, y se bañaban en su sangre, caliente, calor que la habitación se tragaba, poco a poco.
De ella sacaban todas sus memorias, para luego marcharse sin dejar una sola cicatriz. Ni un sólo recuerdo del robo de memorias quedará jamás. Ni una memoria de la pérdida, vacío quedaba su cráneo, sin rastro del hurto a nivel cutáneo.
Terminado el proceso, debían esperar a que volviese a conciliar el sueño para retirarse, o su áspero roce y separación de los órganos podrían destrozar al chico, no por los cortes ni heridas, sino por el dolor de la cura, que al ser prefabricada y genérica, que no se preocupaba mucho en cada adolescente sino en quitar las marchas, creando así un doloroso exceso de cura. Como si de cada uno de los dedos comenzase a salir otro más. Y de éste otro, y de ése otro, y de aquel uno último. Todos brotando del centro de la última falange, hacia el exterior, arrastrando toda célula que encontrasen en su camino, y llevándola consigo hacia la nada.
Claro está, físicamente, nada de ésto pasaba, pero el dolor era real, y sólo el sueño podía ocultarlo, una pesadilla cuyos horrores fuesen peor que cualquiera de éstos dolores...
Y sus ojos se volvieron a cerrar, inconscientes, de que ahora tocaba el segundo acto de la tortura...
Fragmentos de sus recuerdos, ahora ni remembranzas
Durante su sueño, en el cuerpo se clavaban como lanzas
Ni las más certeras adivinanzas preverían semejante matanza.
Matanza onírica, ciertamente. Pero igual de detestable. Seres temibles, magouden contra los que hubo luchado, y a los que hubo vencido, surgían de la tierra para que su venganza tenga sentido. Sufrimientos de infinitas personas, de tanta gente... ¿Cómo habría Eirene, salvado a tantos, siendo tan impotente?
¿Cuántos secretos habría de él olvidado? 

Y eventualmente, el sol se asomó por el alba, llegaron los mismos gritos que pedían su despertar. 
¡Eirene, Eirene! - Se escuchó, con la aurora al llegar. Y aquel chico, se volvió a echar encima suya, con un fuerte y denso abrazo que no pretendía dejarle escapar. 
Así comenzaban cada día estos dos chicos, enfrentándose a los recuerdos que les complicaba el amar. Cada día, su lanzo era más denso, pero más quebradizo. Más cosas debía Eirene recordar, y más a cada noche olvidar. 

Sin embargo, Niso jamás se rendiría. Aún estaban en segundo y quedaba mucho por planear, para al Hermes conseguir salvar. Tras el muro, la oscuridad crecía sin cesar, pero bueno, a veces para ser valiente es mejor ignorar, al menos ese era el caso de Eirene. Niso, la memoria de la pareja, cada día sintetizaba con más presteza.
¿Qué sucederá, con estos dos jóvenes? Su destino, y su origen, muy pronto públicos estarán...

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