Estoy muy feliz al ser capaz de llegar a este pequeño, pero representativo número de palabras, importante porque es el primer capítulo que ha logrado llegar a tanto, que ha logrado ganarse el título de "capítulo".
Aquí os dejo el nuevo capítulo de Blindfold Academy ¡disfrutadlo!
Wattpad-> http://www.wattpad.com/81741928-blindfold-academy-%C3%A9rebo?d=ud
¡Y por blogger!:
- ¿Véis algo?
- ¡Imposible, imposible! ¡Ni rastro de él!
Una fuerte voz femenina estaba emitiendo órdenes a través de un cachivache. Rectangular, con dos curvas a cada lado que intentaban capturar y acaparar su voz, transmitían el mensaje al exterior, donde dos translúcidas siluetas blancas surcaban el cielo sin cesar.
En círculos, era una espiral de choque, caída en picado, y ascenso rápido antes de si quiera rozar el suelo. En su subida, una pluma se desprendió del ala de uno, y pese a sus esfuerzos de resistir los pilares de aire que separaban al mundo de la bóveda celeste, fue atravesando uno tras otro, cada vez más cercano al cieno.
Éste, al percibir a su visitante, se atrevió a formar una tímida colina, cuya estructura se componían de raíces muertas, de plantas cuyo destino aún despreciaban, pues les había condenado al lugar más yermo en cuanto a vida se refería, para burlarse de éllas, y tras el esfuerzo que les supuso crecer, perecer.
Y la engulló. En cuestión de medio segundo, el suelo volvió a su uniformidad habitual. El ser, dándose cuenta del peligro que ésto suponía, subió aún más alto.
- ¿Aún nada? Alguna forma tiene que haber de... ¿V-verdad?
- ¡Sí, sí! ¡Sigamos buscando, Ér!
Y hacia la otra fachada se dirigieron, surcando el tejado para investigar la misma fachada de siempre. Sin cambio alguno, resistiendo firme las embestidas de estos dos hálitos, más finos que el aire, pero incapaces de atravesar un mero cristal, le comunicaban a la anterior voz femenina su fracaso, y su necesidad de reposo.
Nuevamente, tras horas de intentos, fallidos, decidieron volver a su pequeña nube, único fragmento de casa que tenían en aquel lugar. Apresados entre las murallas, los dos Érebos, a este paso, morirían en aquel lugar, desprovisto del calor de su hogar.
En el límite de la muralla se localizaba su esponjoso colchón, al que se dirigían con las pocas fuerzas que les quedaba...
- ¡Ebo! - Se detuvo Ér - Algún día... Lo lograremos, ¿no?.
- ¡Claro, Ér! Ahora sólo tenemos que dormir, algún día, Misa y sus aliados conseguirán encontrar un agujero, o nosotros conseguiremos perforar uno, ¡seguro!
Y ambos dos se introdujeron en la nube, no sin antes despedirse de su comandante, y una vez estuvieron ambos dentro, rastro de élla no quedó, mimetizándose por completo con el ambiente.
Ciertamente, regresaron en el momento justo, pues entonces otros seres, artificiales, desprovistos de psique, con esferas negras que movían a diestro y siniestro, sin conseguir su objetivo.
- ¿¡Aún nada!? ¡De hoy no escaparán! ¡Buscad! - Imperaba la voz que hacía temblar pasillos, habitaciones, y salones enteros, agitando hasta la más mínima fibra de vida que hubiese en éllos desde una oscura sala de control, con más pantallas que pared.
Pero en su base nada sabían de ésto. Ni los Érebos lo advirtieron, pues sus persecutores se hundieron de nuevo con el siniestro suelo. Bajo él, un entramado de tuberías y caminos ocultos les llevaron a una sala del mismo color que su cámara, donde nada era visible excepto para éllos. Y como topos, se acercaron al recipiente de cristal de donde la única luz que recibía la estancia emanaba, pobre, apenas alcanzando a iluminar la mesa, varios escritorios a su alrededor, y unas baldas con todo tipo de condimentos. La luz no era blanca, sino púrpura, misteriosa, y cambiante.
Pero la luz era más tenue aún de lo que recordaban, y poco a poco, más tenue se iría haciendo. Pese a ésto, los dos engendros de estaño e hierro seguían observándola fijamente, no por ordenes superiores, sino por la única fibra de curiosidad que en ellos existía. ¿Qué era aquello, y por qué emitía esa luz tan natural, tan parecida y a la vez tan distante de la luz que iluminaba los corredores de su laboratorio.
Por otro lado, solo cuando se sintieron a salvo, los alientos se hicieron tangibles. Botando en el enorme colchón que se extendía esponjoso por suelo, muro y cubierta, estaba Ebo, juguetón, tratando animar a Ér de cualquier forma posible en un idioma sólo entendible para ellos dos, desprovisto de tanto gestos como sonidos, pues al mirarse el uno al otro con el iris podían comunicarse. Éste cambiaba de color, de textura, sus filamentos se alargaban, se ensanchaban, se entrecruzaban: lino, telarañas, remolinos, un rango de paisajes tan amplio que la mitad de sus palabras no eran interpretables en nuestros idiomas, y el resto concentraban en un solo gesto el significado de varias de nuestras frases.
Y terminado el diálogo, volvieron a mirar al cielo. Aunque acolchado, la cubierta se hizo transparente, y el resto de la estancia la siguió, y pudieron admirar la noche sin estrellas, gris por completo. Tras esas murallas, la censura era tal, que hasta los conceptos encarnados en constelaciones resultaban peligrosos, así como la oscuridad que definía los bordes de sus pequeños puntos, quedando solo la inexpresividad de la luz sin límites. Dicha filtración del Urano era la más perfecta de entre las instalaciones alrededor del mundo, pues crear luz era fácil, ¿pero quién era capaz de crear la oscuridad en que brilla?
Mientras tanto, Misa repetía la misma mala noticia, que llevaba tantos meses, e incluso... ¿Años? Dando:
- Otro día más, y seguimos sin rastro del Hermes...
- ¡Seguro que está en el sótano! ¡O... en alguno de los conductos para ir! Si tan sólo supiésemos cómo encontrarlo... - Dijo Eirene con voz apresurada, intentando capturar la poca esperanza que quedaba, que huía de la sala, cada vez más.
Eirene, Niso, Misa, y tres o cuatro individuos más se encontraban reunidos, todos atentos al progreso de aquellos enviados por el cielo. El resto de componentes balanceaban el rango de edades, y tras la intervención de Niso, el silencio hizo presa la reunión.
- Si tan sólo supuésemos cómo llegar al sótano... - Repitió Misa, de voz madura.
Eirene, entre todo ésto, no podía estar mas confuso. Ya Niso le había explicado nuevamente, en el día de hoy, cual era la misión, y porqué era malo este lugar. Pero como siempre, no le explicaba cómo sabían tantas cosas, y por qué sólo él se sentía como un recién llegado, pese a estar ya a mediados del segundo curso, sin recordar más clases que la de hoy. ¿Había ido ayer a clase? ¿Cuántos años tendría? No pudiendo contener el eco de tantas dudas, explotó:
- Pero... ¿Pero cómo ha pasado tanto tiempo? ¿Desde cuando... Estamos... Reuniéndonos? - Barriendo las miradas de todos y cada uno de la sala - ¿Quiénes son ésos? ¿Ángeles? ¿Fantasmas? ¿Ninguno? ¿Y quiénes sois vosotros? - Señalando a la chica sentada al lado de Misa - ¿Por qué... Por qué no te conozco? - ¿Por qué era el único que no se enteraba de nada? Si tanta ayuda necesitaban esos dos... ¿Seres? ¿Por qué no podía ayudar en la operación? O, simplemente, ¿por qué no podía entender qué hacían ahí? ¿Por qué nadie le explicaba nada?
- Eirene... - Niso suspiró, y acto seguido lo hizo la mitad de la reunión. La otra mitad sólo miró a un lado, y la pregunta gobernó sus mentes de forma tormentosa, hasta que como la niebla se disipó tras cinco minutos de silencio, en los que algunas miradas de los más valientes se entrecruzaron, mientras otros esquivaban la mirada de Eirene, que derrotado, se sentó de nuevo, con ambas rodillas abrazadas, y su redonda cabeza sobre éllas.
En el interior de Niso, aquellas escenas de las primeras reuniones danzaban, una y otra. Niso estaba feliz de volver a tener a Eirene como compañero al iniciar el segundo año, y en la primera reunión, le explicó todo, pese a las advertencias de Misa de no hacerlo. Absolutamente todo. Qué hacían allí, qué símbolo tenían las pulseras verdes, decoradas con la silueta de una corona de laurel que comenzaba en la cara de la muñeca y crecía hasta envolver el dorso. Cuál era su objetivo y contra qué debían luchar, todo con ese melódico tono en su voz que hasta ahora no había variado.
Un cierto día, se pasó más de media reunión narrándole toda su historia a Niso, de dónde venía, qué quería hacer... Y nadie, nadie intervino, ni sus miradas trataron de cortarle, pues sabían, que todo era para nada... Pasada la noche, Eirene, nada recordaría.
Pero Niso insistió. Y el siguiente día, y el siguiente del siguiente. - ¿De verdad no recuerdas nada? - Con ojos rojos, inundados en lágrimas del lago más profundo: la impotencia; Los momentos que con él vivió, los momentos que con él rió... En su mente, no quedaba registro alguno, y cada día comenzaba con aquella tediosa presentación. Presentación al mejor amigo, de carácter más amable, que Niso tuvo jamás, y al que siempre dedicará esa máscara alegre que le tenía prometida.
Justo entonces, la alarma de las nueve sonó; quedaba tan solo media hora para la ronda del Corregidor, alarma que marcaba el fin de la reunión, y que, coreada por los estómagos de los asistentes durante su aullido de cinco segundos. Uno a uno, se fueron levantando, igualmente cabizbajos, y salieron todos excepto aquel trío que ya conocemos, que se dirigió, con Misa a la cabeza, a la cafetería, donde tendrían su cena lista para engullirla, y correr a sus respectivos cuartos.
Al ser ambos del segundo piso, su ronda tendría lugar sobre las 9:35, un cuarto de hora antes que los del quinto, por lo que Cles pudo tomarse más tiempo para llegar a la cafetería. Como siempre, nadie quedaba, ya que era a las ocho cuando el grueso de los estudiantes cenaban. Por ése motivo, sus reuniones eran en ese momento, para evitar molestias del corregidor, atento a la cafetería, tensando con su mirada a todos los comensales, que ni uno podría escaparse de aquel hombre casi omnisciente.
Terminaron justo a y media, y tuvieron que subir a toda prisa. Llegaron a dos minutos de la ronda, y ambos lados del pasillo presentaban jóvenes que lo cubrían a modo de friso corrido, con una solo vano; su puerta, mientras que el resto tenían dos estatuas adolescentes a cada lado, impasibles, casi petrificados.
Desde abajo se escuchaban los pasos del Corregidor, cuyas pisadas trepaban y ya estaban por el final del pasillo: Debían darse prisa, y vaya si lo hicieron.
9:34:55: La puerta se abrió, justo cuando tanto Niso como Eirene emulaban ya la tensa posición del resto de soldados. Analizando uno por uno de forma tan escrupulosa y ágil a la vez que andaba en una línea tan perfectamente recta, que la enorme masa muscular con patas y cabeza apenas parecía humana.
Cuando la inmensa mole llegó a Niso, éste le dedicó otra de sus más espléndidas sonrisas, que no fueron respondidas con más de un tsk, del Corregidor, que sin embargo sonrió al ver a Eirene; sonrisa pícara que viró acto seguido hacia Niso, y que borró toda sonrisa de su rostro. Satisfecho, continuó con su paseo, dejando a un Niso con más furia que sangre en sus venas.
Y la puerta que marcaba el final del pasillo se cerró, marcando a su vez el final de la ronda. Esta salida comunicaba a su vez con una escalera de caracol que ascendía hasta la última planta, como en el resto de las esquinas del edificio, y las rondas en el ala este siempre seguían el mismo orden: norte en la primera planta, sur en la segunda, norte en la tercera, y así, hecho que permitía al jóven acceder por la escalera sur hasta la quinta planta corriendo de espaldas al Corregidor. Pero debía darse prisa, pues las puertas eran de cristal traslúcido, y si llegaba a la cuarta planta tarde, el corregidor le vería entre la larguísima fila de soldados.
Los escalones eran viejos y estaban muy polvorientos debido a su bajo uso; sólo servían para las rondas, para emergencias, y como almacén de los productos de limpieza, uno por planta. El hormigón que las formaba, sin decoro alguno, contrastaba sobremanera con los decorados pasillos repletos de cuadros, lámparas de araña doradas, y suelos y paredes carmesíes. En cierta manera, esta sobriedad le llenaba de paz, aquí, podía gritar, saltar, bailar, sin recibir regaño alguno, y eran varias las veces que usaba estas yermas escaleras como santuario para mantener la cordura.
Puesto el pijama, habían pasado ya dos minutos desde la ronda y los alumnos estarían casi todos en sus habitaciones, por lo que abrió la puerta lentamente, miró a izquierda y derecha, y se giró a Eirene.
- "Hasta mañana, Eirene" - Y con una mueca más triste que sonriente, salió disparado hacia aquella habitación.
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