viernes, 5 de diciembre de 2014

Horror Vacui I

¡Jue jue jue! ¡Nueva historia a vueeeeeeeeestra disposición! ¿Qué ocurrirá? ¿Se convertirá en una historia más grande esta breve "iluminación" de la una de la madrugada? ¡Esperad y veréis!
Link a Wattpad: http://www.wattpad.com/86008229-miscel%C3%A1neo-horror-vacui-i?d=ud Votar allí la historia está muy bonito, no es porque quiera que lo hagáis o algo. No. Para nada, oye.
Para los perezosos, aquí va:

¡Oiga! ¡Señor escritor!
- No nos oye, eh...
+ ¡Pero qué vamos a hacer sin él!
¡Se-ñor es-cri-tor! ¡Háganos caso!

¿Eh?
Las páginas del libro iban pasando: de la veinte a la treinta en menos de un segundo, y siempre evitando llegar al final. Avanzaba, y cuando llegaba cerca de la contraportada frenaba en seco, retrocedía, y todo para volver a avanzar.
Era aquel libro que comencé años atrás, personajes comunes, en un colegio, en el que pasan cosas muy extrañas pese a tener un final feliz. Tan común era que perdí el interés poco más allá de la página setenta al redactarlo, y ahí quedó para siempre, sobre la mesa de mi escritorio.
Perdido mi tesoro más querido, abandoné la literatura al mismo tiempo que abandoné aquella historia. Las rentas de mis anteriores mundos lograban mantenerme por sí solas, y mi humilde mansión me concedía el hogar que necesitaba. 
Estaba solo. Sin mujer, ni marido, ni hijos, y solo mis libros me consolaban, con los que tenían un harem en mi lecho. Unas veces misterio, otras romance, otras fantasía, y sin discriminar género alguno, vivía aventuras que ya no podía recrear. Sólo consumía lo que otros crearon, sin poder crear para que otros consuman.
Creador sin creación, ¿cual será mi destino? ¿Cómo me recordarán aquellos que me leyeron, y que nunca verán terminados sus relatos? ¿Qué pensarán de mí, todos los hombrecillos, trasgos, brujos, que he creado? ¿Y los romances, que nunca he terminado?
Seguro que aún gritan el nombre que nunca conocerán, con el que nunca su relato firmaré, y del creador de ese mundo que nadie verá. Por éso mismo tengo miedo. Tengo miedo de tocarlo, de sentirlos, sus suaves manos de tinta, que a mí se pegarían y mis sueños teñirían de venganza, y mancharían de sufrimiento ante su final nunca acabado.
A veces pensaba, ¿y no es mejor así? Si aquello que más tememos nos es arrebatado, ¿no deberíamos ser felices? Pero entonces me di cuenta. Me percaté de que usé "arrebatado" y no "salvado", "eludido" o "evitado"... ¿Tan humano es, el egoísmo de hasta reclamar el funesto destino al que todos nos acercamos?
Y aún los escuchaba. Incluso en mis sueños persistían en el reclamo divino. ¿Cómo me considerarían? ¿Qué pensaríamos si ahora mismo, el cielo se apagase, y el paisaje monócromo se quedase? Si Dios, en este mismo momento, nos abandonase...
¿Podríamos movernos? ¿Rezaríamos, o condenaríamos su culto? ¿Le desterraríamos al olvido, o, en cambio, nos reprocharíamos nuestras acciones? 
Lo peor era ver la respuesta a esa pregunta en mi propio escritorio. En el centro del estudio, sin ventana alguna, las páginas eran pasadas una, y otra, y otra, por una fuerza que jamás seré capaz de explicar, que jamás conseguiré investigar por miedo a lo que pase, a lo que vea.
¿Terminarán algún día su historia...?

...Y cerré la carta de mi abuelo. Santos Romero, el ilustre escritor de hace cinco décadas, de cuyo linaje provenía. Mi padre nunca se interesó por las letras, más que interesarse, las temía. Cuando le pregunté por qué, sólo respondía
"Nunca has visto el poder que creas con cada palabra que trazas, el miedo que puede infundir cada una cosa que dibujas, ni hasta dónde llega el mando sobre sus mentes"
Y dejaba el tema. 
Vivíamos en la mansión de mi abuelo, y siempre había una cámara a la que se accedía desde su cuarto, que siempre estuvo cerrada, ni los sirvientes entraban a limpiar. De pequeñito, solía poner el oído sobre la puerta, y escuchaba páginas pasar, pero esa habitación estaba en el corazón de la mansión, y no había forma de que el aire entrase desde el exterior. Aún así, se movían, de éso no quedaba duda, y fueron ellas las que me hicieron llegar esta carta. 
Aunque claro, no me hicieron llegar la llave, y su búsqueda me llevó varios años. De todo esto hace ya siete años. Hoy, con 20, me adentraré por fin en la cámara oculta de mis sueños.
En éllos me imaginaba qué encontraría dentro. Alta tenía que ser, eso seguro, pues si algo caracterizaba a la mansión era el torreón que surgía de entre las tapias, justo encima de aquel cuarto. Entre los sirvientes corrían rumores de que estaba encantado, pero éso era demasiado cliché para mí. Yo debía saber qué se encontraba tras esos portones, no me quedaría en la leyenda un solo momento más. Y hoy, seis de Diciembre, día de su nacimiento, abriré las puertas que tanto guardó.
Mi corazón latía con curiosidad y terror. Mi valentía encerraba a su contraparte, y aferraba con mi mano derecha la llave una vez en la cerradura. Encajada, ya no habría vuelta atrás, y tampoco podía meditar mucho más mis opciones. Con un sonido hueco, metálico, que sonaba a óxido a punto de derrumbarse, la puerta fue abierta por primera vez, en décadas...
Y lo que nunca imaginé se abría a mí. Estanterías apiladas en los muros de ésta planta octogonal ascendían alcanzando el cielo. Una claraboya coronaba la estancia; cada uno de los ocho cristales que la conformaban tenían un color, y su forma triangular se extendía hasta casi rozar la última fila de libros.
Ésto provocaba que cada columna tuviese un color, y no sólo eso, sino que en las fronteras se entremezclasen unos y otros, y por su reflejo triangular, este efecto aumentaba en las más cercanas al suelo, casi dando apariencia de luz blanca.
Y en el centro de esta sala, un escritorio, sobre el que un libro pasaba sus páginas, una y otra vez...

¡Chicos, veo algo!
¿Qué? No es una broma, ¿verdad? ¡Júrame que no es una broma!
¡Él jamás bromearía sobre éllo!
¿Y aquella vez hace veinticinco años? Tantos preparativos para volver a verle, ¡para nada!
Ya pero ha envejecido, y ya no tiene tanto pavo, o éso creo...
¿Envejecer? ¡Já! Si tan sólo pudiésemos envejecer, arrugarnos y pudrirnos...
...

Y con sólo mi roce, con sólo leer las primeras páginas, les vi. 
Seres que surgieron del libro y se dispersaron por toda la habitación, formados no de carne y hueso sino letras hilvanadas sin hilván, que se mantenían rígidas en su sitio.
No había pelo, sino un enorme "rubio" sobre su frente, bajo la que decían "ojos azules, del color de la noche". No de una manera informe, sino las letras se adaptaban en forma al lugar que describían, y dejaban otras partes trasparentes. 
El cuerpo decía "delgado" "de brazos delicados, y piernas estilizadas". En las palmas de las manos definía con cada palabra un trazo, y sus dedos eran y no eran visibles. Las zonas sin palabras no eran exactamente trasparentes, sino... Raras. Tenían algo, estaban compuestas de algo, sin duda. Mi brazo no sería capaz de atravesar aquellos seres, pero tampoco frenaría su avance, de éso estoy seguro.
Se miraron, y me miraron, y en un unísono, todos bramaron.
-¡¡Continúanos, por favor!!
-Nos faltan muchas cosas por conocer, muchos eventos por vivir... ¡No nos dejes aquí! 
-¡Éso! Un final abierto es una cosa, pero dejar el nudo sin deshacer...
-No eres el original, ¿no? Si tan sólo pudieses leernos y terminarnos
-Y darnos un final
-O no darlo, pero no dejar aquí la acción. Algo falta. Por favor...

Y uno me tendió la mano, tras sonreír con su "amplia sonrisa". Mi mano sobre la suya puse, y entonces entramos en el libro, de cabeza, zambulléndonos como si de una piscina se tratase, y el libro nos acogió sin problema alguno...

Y... Era... Cierto. El paisaje era... Desolador.
Algunas casas no tenían tejado, pero no estaba destrozado, solo desdibujado, los chicos formados por conceptos cogieron forma, e incluso éllos...
Uno sin mano ni hombro. En general, su lado derecho se difuminaba en la nada. Otra con un agujero en el abdomen, por el que se veían fuentes cuyos chorros se irrumpían, apareciendo y desapareciendo en el aire, sin dejar de fluir. El suelo era perfecto, pero calcado, como una baldosa mal descrita... El cielo no tenía agujeros, pero tampoco tenía color o nubes. 
El color era algo que faltaba en ese mundo, sólo algunas cosas lo tenían, y otras no. El agua era blanca, el suelo amarronado, y las casas a manchones. Parecía un cuadro impresionista de algún loco sin mucho interés en su arte, dejando el lienzo en un sucio boceto.
- ¡Te necesitamos! - Dijeron, y todos me miraron. No sólo ellos, sino el pueblo, las casas, la fuente y el cielo parecieron mirarme, como un cachorro que le pide la comida a su dueño, pues él no puede abrir la bolsa, ladrando y ladrando una y otra vez, sin darse cuenta que su dueño no estaba, y hablaba a alguien que no sabía dónde se encontraba su pienso...
Pero tenía que hacerlo. Alguien tenía que hacerlo, y mi abuelo ya no lo haría, tampoco mi padre. ¿Acaso no era yo el último en el linaje? Y con veinte años aún no me replanteé el prolongar mi estirpe... Por lo que...
...Acepté.

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