jueves, 27 de noviembre de 2014

Demiurgo de Ilusiones

Con el punto final, completó el sello que ataba ese mundo, esquivo, intermitente, volatil al suyo.
En el cuaderno más cercano, que acostumbraba ser la agenda, apuntó el acceso, la pequeña abertura, por la que podría sacar a la luz aquel pequeño universo. Por donde podría nutrirle, por donde podría engrandecerlo, y en su culmen, deslumbrar con él a todos.
En este caso, fue la historia de un joven chico de instituto en cuyos ratos libres era capaz de dar vida a sus lienzos, el martes, fue la historia de un personaje que lograba sublevarse a su escritor, y hace menos de diez minutos tuvo bajo el carbón, la historia de un bondadoso ángel al que todos malinterpretaban... Diversos mundos, pequeñas esquelas de un infinito cristal, con el que haría un puzzle, pieza tras pieza, siendo su única preocupación la manera de unir una esfera, con una transparente astilla, con un vaso de leche.
Pero podía, todo lo podía el demiurgo de ilusiones, que de su agenda hacía un catálogo de cosmos, unos podían quedarse en una carilla para los curiosos viandantes que quisiesen echar un vistazo, otros, podrían abrir sus puertas de par en par a cualquier visitante.
Y no era una capacidad innata, el demiurgo no era el único que los veía, sino los fragmentos también podían verle a él. Hoy, a las 10:20, éste se olvidó de cerrar la puerta a mi mundo, corriente como cualquier otro. Ésta, no es la historia por la que conoceréis al demiurgo de ilusiones, sino en la que conoceréis a un pintor. Un pintor que se dió cuenta de que era observado, pero consiguió que el observador no se percatase de su error, y oteó por el ínfimo orificio que suspendía en el aire, inferior a un grano de arena, pero conteniendo otro universo semejante al que se extendía bajo sus pies.
Universo que decidió plasmar sobre otro de sus infinitos lienzos blancos. Pincelada a pincelada, fue dotando de los rasgos que veía en el demiurgo, con ojos que el demiurgo, enfrascado en otra tarea, no percibía. 
Esbelto, bajito, e incluso algo rechoncho, para nada un héroe olímpico, le retrató, y añadió a él algunos rasgos que nadie veía: la naranja gentileza, la tranquilidad del amarillo optimismo, y el inmenso poder del carmesí, sirvieron para tejer con témperas un nuevo uniforme para el demiurgo.
Pero la noche se acercaba, y en su mundo, cuando el sol tocaba el horizonte, todo comenzaba a arder, por lo que no fue capaz de completar su creación para el demiurgo, teniendo que dejar un rasgón en ambas mangas, apresurarse para guardar el lienzo con los otros, en un pequeño torreón de piedra, y volver rápido antes de incenderse, para evitar modificación alguna en su cuadro.
Ocho en punto, y su mundo en el infierno se convirtió. El fuego, anaranjado, no devoraba la leña de los hogares, ni los árboles, no, sino latía en todos ellos, cambiando según se sintiese aquel pequeño planeta, de un rincón indómito frente a la física, muy apartado del universo que hoy conocemos.
Ciertamente, su miedo no era que su cuadro ardiese, sino que modificase lo retratado, que tiñiese la nueva indumentaria con que vestía ahora mismo el demiurgo, pues la había creado con los colores que en él veía, y su cuerpo en llamas reflejaba los colores que él tenía.
El fuego del pintor era de un suave tono marrón, como el de la arcilla que era capaz de moldear, era un tono creativo, un tono que puede convertirse en fuente de vida, mucho más sencillo que el del demiurgo, pues uno debía servir como sustento para cualquier realidad, mientras que el otro debía ser capaz de comprender todas y cada una de éllas.
Sin embargo él también cometió el mismo error del demiurgo, y dejó el orificio abierto. Al estallar su mundo en llamas, la pequeña esfera flotante, que de un lado es visible, mientras que de otro no, escupió un haz de luz a presión en la oscura habitación del demiurgo, hacia la cabecera en que bajo la que reposaba. En su universo, poco hacía desde la medianoche, y perturbando el descanso del demiurgo, brilló hasta que éste lo localizó, y cerró. 
Y así fue como se cerró su cuento, y así, sin percatarse de su nuevo atuendo, volvió a caer en el profundo sueño del que disfrutaba.

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