El escriba sentado mide 500 cm.
Temblor.
Soportando aquel otoñal cielo parisino, suelo oculto bajo hojas caducas, árboles sin decoros, del mismo color, con predominio del marrón y azul como pigmentos principales, se dibujaba este lienzo.
Frente al obelisco, en el cruce justo anterior a la Plaza de la Concordia, final de la Avenida de los Campos Elíseos, se alzaba una nueva figura. Inmensa. Rostro firme, cuerpo erguido, el hieratismo personificado emergía hacia la bóveda celeste, con ojos que parecían observar fijamente al Divino.
Tras el obelisco, los árboles seguían erguidos... Pero al terminar su verdor, la escultura surgía burlona, mofándose de tan pequeños eran los humanos, pese a ser la representación de uno de ellos.
Retratando el idioma antiguo, en su regazo se encontraba un papiro, sobre el que descansaban los escombros del contemporáneo museo de arte, que a duras penas se distinguía por su moderna pirámide, sin un solo cristal intacto.
La gente contemplaba la nueva historia, horrorizada. ¿Y todo ésto... Sólo un crío? Helicópteros surgían como abejas defensoras de su miel, prestos a capturar y publicar todo detalle posible de aquel monumento, más monumental que nunca.
Nuevamente, bajo aquel cielo otoñal, nubes de medios de comunicación, a la par de servicios de emergencias acudían al rescate, o a la fabulosa noticia viral. "¡Con ésto tendremos telediarios para cinco días!" Aclamaron los codiciosos líderes de las principales cadenas parisinas, sin recapacitar en el patrimonio perdido, y las incontables almas artísticas que acudirán prematuramente al Valhalla - Algunas de ellas, sus más queridos hijos, hijas, o incluso nietos y nietas.
Pero toda masacre tiene su fin, y la altura de dicha figura sedente volvió a ser una centésima del monstruo en el que se convirtió. El Sena, ahora un puente acuático, sin pilas ni apoyos, descansó, vencido como la serpiente marina derrotada por la heroicidad. Heroicidad, que también reemergió los edificios escombrados, los jardines desgarrados, con más raíces asomantes que árboles existentes, y que devolvió la forma a las figurillas vivientes arrastradas en el accidente.
Pues con poco más que una carcajada, imitada por el resto de alumnos, el profesor anunció: "¿Pero cómo va a ser éso metros, chiquillo?" Y el alumno captó su error, efectivamente, en sus notas había retenido de manera equivocada una simple medida.
Las clases continuaron normales, con el mismo profesor y su acelerado ritmo, que traería numerosas catástrofes al mundo. Catástrofes que serán captadas por mí, el Ilusionista Pintor, que de pequeños errores de tanto jóvenes como adultos desconocedores de éstos, projectaré eternamente, innumerables universos con la misma precisión que el celuloide, sobre mi blanco lienzo, el cual una vez tenga color, será archivado eternamente en la Biblioteca de los Universos.
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