Un día más, me escondía bajo su cama.
Era hora de apagar luces, y los estudiantes debían estar en fila frente a sus respectivas puertas. Él, junto a su compañero de habitación, estaban fuera, siendo el único en el interior del cuarto, y seguramente en el interior de algún dormitorio de esta quinta planta.
El terreno que rodeaba al edificio era pantanoso y su aroma no era precisamente agradable, Sobre él, se erguían centenas de sauces llorones, y no parecía haber rastro de vida alguna en semejante yermo, menos en el recinto cercado por colosales y férreos arbustos, con espinas y púas en tamaño similar a los férreos barrotes que sellaban nuestra libertad.
El edificio tenía una planta rectangular, y estaba dividido en 7 plantas visibles y accesibles, aunque todos conocíamos los rumores de la octava planta y los numerosos sótanos que se extendían mucho más allá de la valla, y por donde creíamos llegaban la comida y demás objetos necesarios para vivir.
Éstos rumores tampoco estaban tan lejos de la realidad; en todo el tiempo que llevamos aquí, ningún alumno ha visto jamás aquel gigante abierto, ni una sola hendidura. Los árboles de más allá también eran especulación, pues ni un rayo de luz podía penetrar en la enorme fortaleza que abrazaba nuestro hogar, pero en las historias orales que iban de boca en boca su existencia era dogmática.
Como alumno de segunda planta, el que yo estuviese tan siquiera en la planta superior era una violación muy grave; ya había pasado nuestro supervisor y tras comprobar que todos teníamos nuestros pijamas encima, y el indicador de Somvium estaba perfecto, nos dejó con la cotidiana advertencia de no abandonar nuestra cama hasta el próximo amanecer.
Pero... Siendo el primero en escribir este libro, ¿cómo iba a quedarme quieto en mi cuarto?
De todas formas, tampoco seria capaz de no ir... junto a él. Da igual el castigo, incluso si se tratase de mi propia conclusión, nada era peor que olvidarme de él...
El somvium, consistía en éso. Al descansar individualmente en cada uno de estos colchones, sus muelles taladraban tu cuerpo y serpenteaban tu alma, tu ser, para "formatearte" una noche más... Por ello, cada día, debía volver a presentarme a Eirene, a los profesores y a cualquier persona actuando muy meticulosamente, para así evitar mi conclusión. Eirene era un chico demasiado amable, y aunque su sonrisa al despertar fuese siempre la misma, su delicada y aprisionada inocencia era algo que ni el somvium podia destrozar... Ojalá pueda salvarle algún día...
Quince minutos después de que hubiesen salido, el inspector terminó la ronda, y con extrema diligencia, los alumnos bramaron un amén, y cerraron las puertas todos a la vez, una vez dentro.
-¿Ya está? ¿Pued... Mhph!
-¡Shhh!
Se escucharon pasos en el pasillo, que se dirigían sin duda alguna a ésta habitación.
Y la puerta se abrió de par en par.
¡Ya sé que estáis tramando algo, niñatos! ¡Más os vale que no me entere! - "Dulces" palabras del Corregidor. Era la... ¿Tri-centésima vez? ...Más o menos. Las mismas palabras. El mismo tono, potencia y vigor. Efecto del Somvium, o simple norma de disciplina, casi todos los días venía a enunciar la misma frase, y después se iba.
Sólo cuando su andar se esfumó en la lejanía del pasillo fue cuando:
+¡Idiota! ¡Casi nos pillan!
Golpetazo en la cabeza y pequeña bronca de un minuto; ¿Cuántas veces habrán sido ya? Después venía un abrazo y el... ¿Dormimos, pues?, característico de todas las noches. A diferencia del Corregidor, su voz era acogedora, y el negarse a cualquier petición suya era casi imposible.
Al fin y al cabo, la Sinapsis sólo tenía lugar con dos personas. Dormir en los colchones era un suicidio anímico, y aunque frío, el suelo, acompañado por otra persona era infinitamente más acogedor. Bajo el colchón donde me estaba escondiendo unos minutos atrás, ahora me encontraba con él, ambos estrechándonos mutuamente para poder convertirnos en aquel ser platónico esférico, tan poderoso para infundir temor a cualquier poder.
-¿Ya está? ¿Pued... Mhph!
-¡Shhh!
Se escucharon pasos en el pasillo, que se dirigían sin duda alguna a ésta habitación.
Y la puerta se abrió de par en par.
¡Ya sé que estáis tramando algo, niñatos! ¡Más os vale que no me entere! - "Dulces" palabras del Corregidor. Era la... ¿Tri-centésima vez? ...Más o menos. Las mismas palabras. El mismo tono, potencia y vigor. Efecto del Somvium, o simple norma de disciplina, casi todos los días venía a enunciar la misma frase, y después se iba.
Sólo cuando su andar se esfumó en la lejanía del pasillo fue cuando:
+¡Idiota! ¡Casi nos pillan!
Golpetazo en la cabeza y pequeña bronca de un minuto; ¿Cuántas veces habrán sido ya? Después venía un abrazo y el... ¿Dormimos, pues?, característico de todas las noches. A diferencia del Corregidor, su voz era acogedora, y el negarse a cualquier petición suya era casi imposible.
Al fin y al cabo, la Sinapsis sólo tenía lugar con dos personas. Dormir en los colchones era un suicidio anímico, y aunque frío, el suelo, acompañado por otra persona era infinitamente más acogedor. Bajo el colchón donde me estaba escondiendo unos minutos atrás, ahora me encontraba con él, ambos estrechándonos mutuamente para poder convertirnos en aquel ser platónico esférico, tan poderoso para infundir temor a cualquier poder.
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