jueves, 31 de julio de 2014

Distopía

Ésto va a sonar un poco hipócrita después de que ayer dijese que no tenía ni maldita idea de como continuar la historia, pero he decidido darle un giro increíble que espero que me quede maravilloso. ¡Allá va!

...Erika, Aura, ¿aún os acordáis de cuando veíais el mundo con color?
De la historia de mi rescate ya pasó mucho tiempo. Ahora, éramos bastante mayores, y junto con la edad, movilidad y optimismo caducaron...  Todo aquello que intentamos hacer... Se desvaneció entre nuestras manos.
Lo único que seguía igual a cuando nos conocimos, era el estado físico de Shiro, joven y puro, como un brote recién brotado, pero paralizado en aquel estado, incapaz de proseguir su crecimiento, encerrado en una juventud eterna que nunca recordará.
Cierto era que, ya numerosas veces habíamos hablado con él, y pasado buenos tiempos los cuatro juntos... Pero... Teníamos miedo. Mucho miedo. ¿Qué pasaría si salíamos y nos enfrentábamos a aquella horrible... Realidad?
Al final aquel temor pareció también afectarle, y sólo se levantaba de cuando en cuando, pero nunca salía de su habitación, donde vivían aventuras que luego Aura nos contaba.

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Infinitas aventuras fueron las que vivimos nosotros tres. En casa, teníamos nuestro propio universo: Jardines repletos de enormes árboles frutales, parajes repletos de rebaños de animales, que siempre trotaban con esa alegría natural que solo ellos podían tener. Hay que admitirlo, el patio de la casa de Erika era inmenso, y se tardaban cuatro horas en recorrer su perímetro. 
Aún así, el miedo siempre intoxicaba parte de él. Ni los animales se acercaban a más de un metro de la valla que separaba nuestro floreciente reino del marchito y homogéneo enclave que nos rodeaba. 
Un día, un pequeño corderito perdido se atrevió a abrir la caja de Pandora, y tratar de cruzar la frontera. Conforme iba avanzando hacia ella, su viveza iba desapareciendo poco a poco, como si nunca hubiese estado allí, y antes de tan siquiera alcanzar su destino, cayó al suelo inconsciente.
Cuando nos dimos cuenta, ya era demasiado tarde, y aunque intentásemos volver a juntarlo con su familia, ya nada funcionaba. Así como su esponjoso pelo cayó, su alma también debió de haber partido de su cuerpo.
A día de hoy, aún sigo preguntándome: "¿Qué habrá pasado con la tenaz Erika para acabar de éste modo?" Pero por mucho que preguntase, nunca me contestarían. 
Así, poco a poco, cuarenta años pasaron. Erika dejó la enseñanza dos años después de que me graduase, y vivíamos con una pequeña herencia que le dejó su familia, con lo que compró parte del huerto que nos daba de comer, lo que le permitió salir cada vez menos al mundo exterior.
Curiosamente, Aura fue el único de nosotros que no envejeció, y entró en un estado parecido al de Shiro. "Vivir" sólo vivía 1 hora o así cada día, y el resto del tiempo lo pasaba en la misma cama que Shiro, abrazado a él, con un gesto decidido a nunca dejarle escapar.
Como resultado, pasaba los días enteros con Erika. No era algo tan malo, desde luego. Erika era como una madre para mí... O incluso algo más, y compensó todo el tiempo que mi corazón se sintió vacío, llenándolo de múltiples emociones.
Con el paso del tiempo, ya ni Aura se levantó. Aquellas horas que pasaba "vivo" cada vez escaseaban más, y el miedo se adentraba más y más.
El hecho de que un día, finalmente Aura no se levantase ya fue el primer presagio de lo inevitable. Poco a poco, aquel "gris" fue conquistando y asesinando nuestro jardín, árbol por árbol, res por res, hasta llegar a nuestro pórtico.
Pero Erika y yo teníamos claro una cosa: No podíamos permitir que eliminasen la última gota de saturación de este mundo. Y... Luchamos. Conseguimos dar un paso hacia fuera, y en ese momento, nuestro cuerpo se paralizó. Pero era algo que ya habíamos previsto, y por ello, al apoyar nuestros pies en el suelo, crecimos y crecimos, hasta que nuestros pies ocupasen gran parte de aquel jardín. Y con nuestras últimas fuerzas, nos colocamos de forma que Erika protegiera sur y oeste, mientras que yo me encargaría del norte y del este, de nuestro adorado hogar.
Por encima de la casa siempre quedaría un arco, pero no era un arco cualquera, eran nuestras dos manos entrelazadas, unidas, mientras nos mirábamos el uno al otro decididos a protegeros para siempre. De nuestra espalda, hacia dentro, el miedo no entraría más. Unicamente esta determinación, tendrá el poder de daros todo el tiempo que necesitéis.
Nuestros futuros rescatadores podrían reposar en paz hasta que lograsen despertar, y unidos, recuperar aquello que siempre fue nuestro.
Ésto es una carta que dejaré bajo tu almohada, o más bien la vuestra, Shiro y Aura. Esta carta seguramente la abriréis cuando estéis los dos juntos, dispuestos a luchar aquel futuro que prometimos defender, lleno de color, y que el miedo acabó arrebatándonos a Erika, a mí y al resto del mundo. Pongo mi fé en vosotros. Vosotros... Podréis. Estoy seguro.


...Y así fue como nos convertimos en los Talos que protegerían la última isla de la fantasía. 
Ésto aún no ha sucedido, pero soy capaz de narrarlo con perfecta exactitud, puesto que es el destino que Erika y yo nos hemos jurado, y del cual nunca huiremos, jamás. 
Voy a ponerle un fin a este diario. En caso de que sea encontrado por alguien, es libre de leer todo su contenido, y así cumpla mi deseo, mi voluntad. Que el día siguiente que amanezca después de que este diario sea leído, tenga una persona más, determinada a cambiar nuestro universo. Por favor, si estás leyendo esto, y ves que algo está mal, equivocado: cámbialo. No te inclines ante el miedo, nunca. Para vivir una vida como la nuestra, eternamente sellados en estos muros, sal e intenta hacer algo. Lamentablemente, nos hemos dado cuenta muy tarde, pero... Al menos, les protegeremos. 
Y tú, querido lector... ¿En qué crees?

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