¡Wuó! Como veo que la última entrada de "historia 4" ha tenido bastante éxito, ¡voy a continuarla!
Días pasaron, y el mundo comenzó a volverse más y más extraño. Cosas cuya existencia hacía absurda las leyes de la lógica y al mismísimo sentido común. Estaba viendo, ante mis propios ojos, cómo el mundo perdía sus engranajes, y comenzaba a malfuncionar... Aunque "malfuncionar" no era la palabra, pues hacía su trabajo de "mundo" efectivamente... Era algo más...
Era como si esas cadenas que ataban su funcionamiento estuviesen comenzando a oxidarse y resquebrajarse. Ayer, mi despertador se disculpó por todas las molestias que me causaba a diario. ¡Sí, mi despertador! No era un despertador caro parlanchín, no, era un despertador de menos de un euro cuyo chirrido podía escucharse desde la cocina. "¡Lo siento! ¡Lo siento! ¡Lo siento!" - Dijo - "¡Pero has de despertarte! ¡De despertar! ¡De Despertar!". Pero cuando lo paré, volvió a ser el viejo despertador de mi mesita de noche. Lo cogí, lo investigué... ¿De dónde había salido esa voz? Su precisión al pronunciar cada una de las sílabas incluso me hizo replantearme durante el desayuno que debería vocalizar más. Aquello que escuché, no era ninguna grabación... Era sin duda alguna una voz que parecía 100% humana, nada sintética. Lo peor, era que me sonaba muchísimo esa voz... Era una voz que sin duda alguna escuchaba en mis sueños, que sonaba completamente natural para mí.
Fin del desayuno, otra vez al instituto. Mi piso estaba al lado, casi contiguo. Casi me podría apresurar a decir que el ascensor tardaba más en llegar y dejarme en la planta baja, que yo en llegar al instituto. Aún así, siempre llegaba tarde. De hecho era muy curioso, ya que la mayoría de alumnos que llegaban tarde, al menos de mi clase, vivían cerca, pero solía encontrarme a más de uno al hacerme los 100 metros lisos hasta el centro, para no llegar tarde.
Hoy era un día caluroso, el tiempo se había vuelto loco, y juraría que la temperatura del aire superaba aquella de mi cuerpo. Lo peor es que ya eran y veinticinco pasadas, y a primera tenía historia, la única asignatura cuyo profesor no tenía compasión por aquellos que llegábamos pasada la campana, y nos condenaba a la sala de estudio, donde escucharíamos al profesor de guardia dándonos la charla estándar sobre el tema que te había hecho llegar allí. De hecho, seguramente habían tres "tipos": "Llegar tarde está mal, no hay excusa." "Contestarle a un profesor está mal, siempre llevan razón." "No hacer la tarea/estudiar/... está mal, el profesor se molesta mucho en mandártela." Yo ya habría escuchado todas estas numerosas veces, y podría recitarlas, incluso adecuarlas al tono de voz y léxico del profesor que me pidieseis.
Pero esto no fue lo raro. Sí, efectivamente escuché por enésima vez el primer tipo de charla. Pero no fue porque salí tarde que llegué tarde, mi problema fue pararme en el camino. Pero... ¿Qué le iba a hacer?
Al salir del portal, me encontré sobre calle que llevaba al instituto, que seguramente conocía mucho más que mi mano: Los adoquines eran hexagonales, y habían en total 9. Yo siempre los ordenaba en mi cabeza como una colmena, así pues, cada uno estaba formado por un hexágono, rodeado de otros 6 hexágonos a los que estaba unido por cada uno de sus lados, y el hexágono que quedaba más arriba tenía otros dos hexágonos más pegados a sus lados superiores, derecho e izquierdo. Correr no era mucho de mi agrado, y solía tratar de escapar de esa realidad. Los adoquines solían ayudarme a escapar de ella.
Pues bien, sobre esos adoquines que componían esa calle, se encontraban todas las personas con las que me había encontrado en el eterno sprint que me tenía que dar. Todas. No faltaba ni una. El recordar caras no era una de mis facultades más desarrolladas, pero no había duda.
Al cruzar la calle, todas decían lo mismo. "Rápido, te estamos esperando." "Rápido. Rápido. ¡Rápido!" Sonaba como miles de grabaciones, todas con pequeñas alteraciones, que me perseguían. Miré la hora: Y 28 minutos. Tenía sólo 2 minutos de márgen para llegar a tiempo, así que decidí correr. Pero todos ellos hicieron lo mismo. Parecían monos de feria, y claramente, la calle no aguantó el peso de 500 personas corriendo, y se derrumbó. Adoquín por adoquín fue cayendo, tanto que parecía el momento cliché de cualquier película de acción en la que los protagonistas saltaban por rocas precipitándose al vacío, para conseguir salir vivos de alguna aventura a punto de finalizar.
Los cuerpos de mis amigos cayeron, pero sus cabezas continuaron el sprint del cual me había privado la calle que conocía más que la palma de mi mano. En el lugar de sus cabezas tenían una especie de esfera perfecta que no tenía sentido alguno allí. Una esfera mil veces más redonda y perfecta que cualquier otro cuerpo celeste en el universo. Miré abajo, y estaba aquella aborrecida sala de estudio. Los adoquines se dividieron en los hexágonos que los componían, he hicieron un mensaje: "No nos queda mucho tiempo: Despierta." Ese mensaje ahora lucía en las paredes de la sala de estudio, pero a nadie le parecía extraño. Tras la caída, efectivamente, me encontraba en la mitad de aquella charla. Tipo uno, variedad profesora de biología soltera, a la que hacían mínimo 10 años que se le había pasado el arroz.
Algunos adoquines me cayeron mientras ella hablaba, pero ella sólo los miró caer, sin pausar aquel monólogo. Más de uno aterrizó en mi cabeza, pero al hacerlo simplemente rebotó y se convirtió en algodón de azúcar con esa misma forma. Sin cambio alguno. De hecho, su peso seguramente era el mismo, ya que podían apreciarse algunos mini-cráteres donde habían caído, pero en mi cabeza fueron completamente inocuos.
El resto del día se pasó "normal". Los alumnos competían por poder comer estos hexágonos de algodón de azúcar, que de cuando en cuando caían como el granizo. Pensaréis: ¿El edificio no recibió daños? Pues no. Al acabarse las clases incluso aquellos agujeros que habían dejado en ventanas y mesas de pésimo aglomerado, habían desaparecido. Ni rastro.
Pero no fue uno de los días más extraños. No. Cada día el mundo se retorcía un poco más, y mi miedo de "qué pasará mañana" no dejaba de crecer.
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