- ¿Qué haces? - Dijo con un tono rígido. Ésta no era la feliz Erika que yo conocía. No. Algo pareció enfadarla. ¿El qué?
+ Yo... Tengo que... Volver... Si no...
- ¿Si no qué?
¿Qué hacer? A esta altura, seguir corriendo será imposible...
- Félix... De verdad eres tú quien quiere volver... O es... ¿él?
+ ¿Él?... ¿Quién?
Miré fijamente a Erika. Estábamos solos en la calle, no había nadie visible a ninguna dirección. El mundo seguía oscuro como siempre, y empezó a llover. Por más que examinase con detenimiento mi alrededor, no aparecía nadie. Mi miedo se convirtió en duda, con un toque de malestar.
-Félix. Sepáralo de ti. Está ahí, en tu pecho.
Cogí el cuello de la camiseta y lo aparté un poco de mi pecho, y miré.
Ahí... Sobre el pectoral izquierdo, había algo. Una sustancia negra, como petróleo, que se adhería a mi piel, pero no lo hacía al tejido de mi ropa. En su superficie, veía una especie de pequeño bulto que se movía.
"No has de decirlo, no tienen por qué saberlo. Esto es normal, ¿no? ¿Para qué se lo ibas a decir? Aunque si lo dices... Bueno. Pero seguro que no se lo dirás a nadie. Hoy te llevarás un golpe menos."
+ ¡Ah! Qué es... eso?
- Es un Magouden. Tú no piensas así, pero él sí. Has de librarte de... él. Félix. ¿Tú, qué quieres hacer?
+ ¿Qué quiero... hacer?
- Sí. ¿Te gusta ser pegado, sin motivo alguno? ¿Te parece normal el no ir a la escuela, como todos? ¿Crees que es natural vivir como vives? ¿Te gusta?
+ Pero... Mi mundo siempre ha sido así. Ya apenas recuerdo el concepto de "color" de la escuela, y el de "bueno" o "malo". Mi madre siempre me ha tratado así, y el mundo siempre fue así de sombrío. ¿Qué pasa con... Ello?
- Félix... Mira. Ahora... Sólo quiero que sientas.
Erika, que hasta ahora había estado a como dos pasos de mí, adelantó un pie, y me cubrió con sus brazos. Nuestros pechos se tocaron, y sentí cómo apretaba con sus manos mi espalda. Sentí calidez. Un rojo embriagador, como aquel que te invita a quedarte en la ducha, un frío día de invierno. Una luz naranja comenzó a sustituir a la ya desgastada luz blanca, que empezaba a palidecer, y pequeñas luces amarillas comenzaron a revolotear a mi alrededor. Eran luciérnagas. ¿Cómo podrían estar volando en esta lluvia? Bajo mis pies, un verde círculo comenzó a trazarse y a expandirse. Hojas de árboles que antes veía negras, tomaron múltiples tonos de este color. El cielo, celeste, del cual seguían cayendo gotas que ahora compartían el color de mis lágrimas, aunque las nubes hubiesen desaparecido. Mis ojos, y los de Erika brillaron, y ahora pasaron a ser morados. Un morado profundo y misterioso, como el que cubre un misterio. Como ahora, fuésemos portadores de un bello secreto, que debería llegar a expandirse por el mundo.
Erika se apartó. Así que ésto era un "abrazo"...
Cuando volvió a su posición de antes, el pecho comenzó a arderme. Los colores se nublaban otra vez con un negro, que parecía proceder de aquella mancha de mi pecho.
Al mirar, Ésta saltó, y tomó la forma del monstruo que me había estado persiguiendo hasta ahora.
- ¡Félix! Ahora tienes que demostrar que no eres él. Él no es tú, ¡es solo un monstruo!
Sus cabezas me miraban. "Tú, ¿qué haces?" "Recibirás tu castigo cuando llegues" "¿Pero cómo osas?" Más que hablar, parecían acompañar sus enunciados, como si cada cabeza fuese un puño dirigido a mí. No entendía lo que me dijo Erika. Pero de alguna forma sí comprendí que tenía que luchar contra esta cosa.
+ Yo... Ya no quiero. - Miré a mis pies. El verde que poblaba el suelo volvía a ser negro, aunque quedaban grietas por las que podía verlo. Levanté la mirada. Noté como el púrpura volvía a mis ojos... - Pegarme... Está mal. Tú no eres mi madre. Una madre no hace eso... - Erika me cogió de la mano.
- Félix. Bien. Sigue así. Yo creo en ti. Tú puedes. ¡No le dejes hacer lo que quiera!
Comencé a flotar. En mi mano, apareció aquel arco de madera, que tenía dos rosas abiertas en cada extremo y algunos diamantes rosados, que veía en aquella serie de pequeño. Yo creía que entendía esa serie, pero me di cuenta de que no. Ahora ya sí.
+ Yo... Quiero ser feliz. No quiero ser atacado. No quiero ser golpeado. No quiero tener que llorar todas las noches para escapar del dolor que sufro durante el día. No quiero que el color de mis lágrimas vuelva a ser rojo. No. Ya no. Ya tuve suficiente.
Una flecha se disparó del arco, y ascendió al cielo. Allí, se transformó en un círculo que le devolvió el azul que había perdido, y las gotas de agua, pasaron a estar teñidas de múltiples colores, que tiñeron el mundo de nuevo, aunque para el engendro parecían ser corrosivas, y fueron derritiéndolo hasta que se desvaneció.
+ Erika... Creo que... Lo conseguí. Ya no veo ese triste negro por ninguna parte...
- Félix, cualquier color se puede combinar con otro, para así producir un color mucho más bonito, ¿no?" -Dijo Erika, sonriente. - Ni el negro ni el blanco son desagradables, pero lo que sí es lamentable es la falta de color que puede llegar a haber en tu mirada. Prométeme, que no volverás a negar esta felicidad, que te ha sido concedida desde que naciste.
Asentí, y volvimos a su residencia. Una nueva vida, parecía estar a punto de comenzar para mí.
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