viernes, 29 de agosto de 2014

Anteiku // Historia corta

Ésta vez me llamaron de otro país, por lo que tuve que hacer maletas y todo.

Anteiku, con letras tan estilizadas que parecían repeler a las personas comunes. Sólo el título, lograba dar un ambiente selecto a aquellos clientes... Y tan selectos.

Al llegar, le hablé a mi nueva compañera de piso, Marisa, y afirmaba conocerlo. De hecho, por razones del destino, llegamos a acudir aquella noche. Aunque... No recuerdo nada. Sí recuerdo salir del hotel... Y pasear por las calles del centro de Londres. Hacía mucho frío, y los restaurantes y tiendas ya habían cerrado desde hace rato, ¡incluso los de comida rápida! Las farolas funcionaban una sí y otra no; Londres parecía estar entrando en un profundo sueño, al igual que todos sus ciudadanos.

Miré la hora, y... ¡Bah! El segundero se había parado, por tercera vez en este mes. Debería replantearme el buscar otro... Y cuando levanté la cabeza... ¡Anteiku!... ¿Pero cómo habíamos llegado ya?

El restaurante en cuestión se situaba en un callejón sin salida, al que no alcanzaba la luz de las pocas farolas que quedasen en vilo. unos 5 metros antes del muro que sellaba el callejón, estaba la entrada. Ese cartel, de fondo rojo y letras negras que apenas era visible gracias a un pequeño farolillo a la derecha de la entrada. El pomo se abrió con facilidad... Y...

...

La mañana siguiente llegó, y me acerqué a entregar la solicitud de empleo, aunque... No fue para nada necesaria.

Una especie de mayordomo me abrió la puerta; con cuerpo de cuarenta años pero rostro surcado de pronunciadas arrugas y pelo corto grisáceo, hizo un gesto que dejaría a cualquier príncipe en evidencia por elegancia, para dejarme pasar.

No era el único en la sala. Estaba muy oscuro para ver nada, y parecía ser el inicio de una evento, o algo parecido. Nos indicaron el camino hacia la sala... ¿Un tunel? Ni que fuésemos niños de... ¡Eh! ¡Eh! - Intentaba avisar a un hombre de que ni en broma cabría por aquel tunel, pero... Sí. Lo hizo. Tras él, entraron dos gemelas, otros dos hombres, una chica más, y... Mi turno. Miré inseguro al señor que nos abrió, que me devolvió una mirada terrorífica; Por primera vez abrió los ojos, su córnea era más negra que la más profunda fosa, su iris parecía un disco de pura sangre solidificada, y la curvatura de sus cejas me gritaron que no era una buena elección quedarme ahí. Así que puse mis manos en el endiablado tunel, y me introduje por donde cupe.

En el momento en el que hube metido los pies, escuché una risa sutil, de satisfacción. Bueno, lo importante ahora era salir de aquí como fuere.

El tunel, efectivamente, no podía ser más estrecho. El aire estaba cargado, y costaba respirar, además, el tacto de las paredes era mullido, pues una fila de cojines marcaba el lugar donde debíamos situar las manos.

Habían varias fases, de diversos colores a su vez, aunque todo dotado de un último toque "punk". El primer tramo fue oscuro, con varios crucifijos colocados de manera uniforme, plumas de cuervo y encajes. Los encajes era lo único que se mantenía en las fases, al igual que los espejos, aunque éstos cambiaban de forma, al igual que los encajes de color: Blanco, rosa, rojo, y negro. A veces incluso a cuadros, combinando dos o tres de éstos colores. Los crucifijos podían cambiarse tanto por gorditos crucifijos, muñecos sin pelo, con una piel estampada, como por macabros ojos que parecían gotear humor vítreo, o máscaras y todo tipo de cosas.

La combinación le daba a todo un toque fatal a todo. Ningún elemento era especialmente aterrador, pero la combinación de todo ello era horrenda. Los ojos no eran humanos, sino de peluches, que parecían llorar por su ceguera, y...

¿Qué? Ahora debía ir hacia arriba, apoyando mis manos en espejos tan manoseados que parecían azulejos.

El espacio que quedaba entre el chico que estaba enfrente mía era tan corto que si no tenía cuidado acabaría chocándome con su entrepierna, y seguramente no le haría gracia.

Un momento... Quien entró delante mía... ¿No era una chica?

No, no. Al menos quien estaba ahora era inconfundiblemente un chico. Pero... ¿Cómo?

Estuvimos subiendo durante horas, no sé cómo aguantaron mis brazos. Tampoco entendí cómo pudimos aguantar todos, antes de subir habría apostado mi mano a que alguien se rendía y caíamos todos.

Finalmente... La salida. Una sala de moqueta roja, iluminada por doradas lámparas de araña, donde esperaban unos pies... Eran... ¿Los del mayordomo?

Me enseñó las llaves que llevaba yo tenía en  bolsillo, y cómo podría haber llegado por un ascensor hasta aquí, tardando no más de 10 segundos. Yo... ¿Trabajo aqui? ¿Desde cuando? Y... ¿Dónde estoy?

Por la ventana, aquel Londres había desaparecido. Estaba en la octava planta, según el cartel encima del ascensor, Y sólo veía un descampado de infinitos sauces llorones, cortado por una enorme muralla puntiaguda...

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.