Corrí. Corrí con todas mis fuerzas. Al final de la calle, estaba Erika, con los brazos abiertos. ¿Por qué ponía los brazos así? Seguramente fuese para que la pudiese ver, para que no escogiese el camino equivocado.
Por primera vez, me sentí vivo. Sentía cómo la brisa enfriaba el sudor que emanaba mi cuerpo. Sentía calor. Calor corporal. Mis huesos parecían volver a juntarse, para evitar perder esta ocasión. Mis heridas se cerraron. Los árboles dejaron de embeber la luz solar, para reflejarla y hacer que alumbrase mi camino. El asfalto parecía homogéneo, dejando de ser aquel suelo con el que me haría mucho daño al caerme, para pasar a ser la superficie que propulsaba mis pies, que me impulsaba hacia adelante, sin intención de dejarme caer.
Mi cuerpo aprendió numerosas sensaciones, que hasta ahora estaban encerradas en mí. El miedo se convirtió en otra sensación mucho distinta... ¿Nerviosismo? No... Tampoco era agitación... Me sentía... eufórico. Sentía como si pudiese levantar el mundo con la palma de mi mano, como si tuviese el mismo cielo en la palma de mi mano, no distante y lejano.
Erika ya estaba justo a diez pasos de mí. Lo iba a llegar. Lo conseguiría. Sí. Ya no había nada más que me detuviese. Ya sólo queda un paso...
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Y llegué. Me choqué contra Erika, y me temía acabar en el suelo cuando me di cuenta de que el suelo se alejaba más y más. Estábamos volando. Era difícil de darse cuenta, pues seguíamos la línea recta que estaba trazando al correr, y, sin decelerar, empezamos a surcar el cielo. Intenté mirar hacia atrás, y vi al monstruo aún persiguiéndonos, ansioso e irritado. De sus labios, podían leerse más de una maldición que le echaba a Erika, aunque a ella no le pasó nada. Decía palabras con tanto poder, que más de una me habría eliminado, aún así, a Erika no le hizo efecto alguno. Es más, le estábamos ganando altura, y parecía volverse cada vez más pequeño e impotente.
Aún no habiendo nubes, comenzó a llover, y puesto que el sol estaba deslumbrante en el cielo, la ciudad se inundó de un grupo de arcoiris que surgían de los pequeños charquitos que se fueron formando en poco tiempo. En ese momento, Erika me cerró entre sus brazos, y me apretó contra ella. En el primer instante, fue incómodo, pero sentí cómo poco a poco el calor que emanaba de ella me impregnaba, comenzaba a correr por todo mi ser. Alcé la mirada alta, y le miré a los ojos. Sonrió.
"Félix, ya sólo queda sacarlo de ti. Mira, ahí, en tu pecho." - Sin soltarme de Erika, conseguí mover la mano hasta el pectoral izquierdo, y sentí un pequeño cuerpo que se movía, bajo mi piel. Tenía una textura mucosa, y algo pegajosa. Miré por dentro de la camiseta, y ví una miniatura de las mil cabezas del monstruo que salía de mi pecho, y se movía irregularmente, asustada.
"¿Qu-qué es...?"
"Félix, has de librarte de él. Tienes que ver que no es cierto lo que dice. Que te engaña. ¿Te gusta que te peguen sin motivo? ¿Te parece bien no ir a la escuela? ... ¿Crees que es normal tu forma de vivir?"
"Pero... Siempre ha sido así... ¿Cómo no es así en realidad? Acaso... ¿Acaso todos estos colores son reales? ¿No es un sueño? ¿Es el mundo... así?"
"El mundo tiene tantos colores como desees. Si no deseas ninguno, el mundo será oscuro, mucho más sucio, negrerido que aquel asfalto que te impulsó hasta aquí, y antes te tendía una trampa mortal. Ahora bien, si lo deseas, la luz solar podrá, efectivamente, mostrarte toda la gama de colores que, hasta ahora, ha ocultado. Félix... ¿Qué quieres?"
"Yo... Yo..." - No sabía lo que quería. ¿Era realmente tan bueno aquello que me ofrecía Erika? ¿Cómo podía estar seguro de ello? Aunque... ¿Podría ser peor a como estaba siendo ya?
...
Seguramente no. Entonces... Decidí aceptar la ayuda que me tendió Erika.
Y la cogí, agarré su mano tan fuerte como pude. Erika sonrio, y entonces...
Entonces...
¿Eh?
En algún momento había cerrado los ojos. Noté un fuerte dolor en mis dos piernas, e intenté moverlas, pero sin resultado. El dolor se clavaba de tal forma que me inmovilizaba completamente todo el cuerpo, como si se propagase por la médula espinal, hasta todas y cada una de mis terminaciones nerviosas.
Abrí los ojos lentamente... Estaba en... Un lugar que me sonaba mucho. Demasiado. Miré a mi alrededor, podía ver mi armario, mi escritorio... ¿El ordenador que despedazó mi madre? ¿Mi ordenador? Ésto no será...
Mi duda se disipó cuando en el techo vi un dibujo que hice hace mucho tiempo, cuando era pequeño. Era una chica mágica, que conseguía salvar a todo el mundo con la sola ayuda de un deseo, y esperanza, bajo el dibujo, decía: "Nunca olvides: Siempre, en algún lugar, hay alguien luchando por ti. Siempre y cuando no lo olvides, nunca estarás solo." Nunca llegué a entender muy bien que significaba, pero algo de esta frase me pareció precioso.
Aunque mi felicidad al evocar aquella memoria del pasado lejana se hizo pedazos al recordar mi situación: ¿Por qué estaba en casa? Yo... Yo estaba fuera con Erika... Y entonces...
Me empecé a temer lo peor. ¿Todo aquello había sido un sueño? Entonces... ¿Yo seguía igual? Ahora mis piernas no funcionaban, por lo que mi posibilidad de escapatoria se hundía en una profunda ciénaga. Mi destino ya estaba claro, el resto de mis días se pasarían anclado a mi dormitorio, donde seguramente moriría de hambre o de sed. Aunque con suerte, podrían infectárseme las piernas y morir mucho antes, sufriendo menos días en este infierno desolador.
Alguien llamó a la puerta. ¿Mi madre? No creo... Entonces... ¿El monstruo? Preferí no contestar, pues en algún lugar de mi interior deseé evocar algún ápice de bondad que pudiese tener. Algo que consiguiese hacer que se apiadara de mí, y se marchase. Pero entonces escuché una voz, demasiado familiar y primaveral para ser la hibernal del engendro. "¿Se puede?"- Fue lo que dijo, y entreabrió la puerta. Unos mechones de color rojo puro se colaron por el resquicio que despejó. Su rojo era puro, más puro que el de la sangre, como minado de algún gran incendio que hubiese arrasado un continente entero. Era la primera vez que veía semejante color, y tras él, se asomó una cabeza morena, que me miró, y volvió a preguntar: "¿Podemos pasar?" risueña.
Era... Era Erika.
"¿Erika? Pero qué haces... Si hasta ahora... Yo..."
"Lo sé, lo sé. Te encontramos en el jardín, y acababas de llegar de hacer esos recados. ¡Madre mía! Nunca sabré cómo pudiste aguantar tanto. Pero por una razón u otra, creo que fue porque llegaste bastante tarde, tu madre empezó a cebarse contigo. Golpe tras golpe, patada tras patada, interrumpidas alguna que otra vez con algún puñetazó, estabas en el suelo con medio barrio observándote, sin hacer nada. Ya te tenía un ojo encima desde hace bastante tiempo, y al ver eso ya no pude resistir más, y decidimos actuar. Aura, este chico," - señaló con el pulgar al joven que tenía a su lado, que saludó con un gesto afable. "Consiguió contenerla, y entonces fui corriendo a sacarte de aquel lugar, pero justo entonces tu madre se liberó, e intentó cogerte de vuelta, pero conseguimos evitarlo sin problema alguno, ¿verdad? - Y el chico asintió satisfecho - Entonces nos miró, impotente, y observó un pedrusco que había en tu jardín. Nos temimos lo peor, aunque era demasiado grande como para que pudiese con él, y sería muy difícil que pudiese hacerte más daño aún utilizándolo. Así, se puso justo en frente, y tras soltar su última lágrima, se inclinó hacia él, para lanzarse de cabeza, y acabar así con su vida."
"La gente se volvió loca, y aunque muchos desertaron para volver a su hogar, escapando sin realmente saber de qué huían, al menos hubieron dos o tres que se preocuparon por ti, y nos ayudaron a llevarte hasta tu cama, mientras que otros dos llamaban a una ambulancia para ver si le quedaba esperanza a tu madre."
"Aún así... Lo siento. Lo sentimos mucho, no pudimos hacer nada por ella, aunque en sus últimos momentos, pudo dictarnos una carta, que prometimos darte en cuanto despertases. Una carta que no estaba escrita por la madre que te torturaba, sino por la que luchó cada día para regresar, aunque nunca lo consiguió. La carta la tenemos a buen recaudo en casa, así que cuando vengas, que no se te olvide pedírnosla, ¿entendido?"
... "¿A dónde?"
Los días pasaron, y poco a poco pude ir recuperando la movilidad que había perdido. Los médicos cada vez que me examinaban se sorprendían. "¿Pero cómo pudiste aguantar tanto tiempo?" Decían. Al parecer, mis huesos estaban casi pulverizados, y nadie entendía cómo pude moverme sin dificultad.
Aunque siempre que se lo cuestionaban, miraban a Erika, y ella sólo decía. "Magia... ¿No?"
Tanto Erika como Aura venían todos los días a verme, y todo lo que hacíamos era divertido, aunque siempre manteniendo mi estado de reposo en cama, para que no empeorasen mis lesiones. Nos pasábamos el día jugando y riendo...
A los pocos días, me permitieron moverme en silla de ruedas, y pude ayudarles con mucho más. Me sentía muy inútil en la cama, sin moverme para nada mientras que ellos invertían todo su tiempo en mí, pero una vez en la silla, pude al menos ayudarles a hacer algunas tareas y demás. Me enseñaron muchísimas cosas nuevas. Desde tareas aburridas como barrer y quitar el polvo, hasta otras muy interesantes como cocinar, pintar, e incluso estudiar.
En pocos meses, Erika me pudo enseñar todo lo que me perdí en la escuela. Me costó un poco, eso sí, pero todo este esfuerzo me permitiría volver a la escuela, donde conseguiría hablar y conocer otras muchas personas. Chicos inteligentes, estudiosos, graciosos, etcétera, y saldría de mi apagada monotonía casera.
Al año, ya pude dar mis primeros pasos en todo este tiempo, y aunque ayudado de una silla de ruedas, pude comenzar mi nueva vida.
Ya hace dos años de todo ésto, más o menos. Es difícil decir cuanto tiempo pasó, pues mis días ya no son para nada umbríos, sino todo lo contrario. En la escuela, al parecer soy bastante conocido, sobretodo por ese color violeta que poseemos tan solo Aura y yo.
No sé decir con exactitud cuando fue que me di cuenta, pero al tiempo de vivir en casa de Erika, saliendo de la ducha, descubrí que mis ojos ámbar pasaron a ser de un color amoratado, con un brillo muy peculiar, y muy parecidos a los de Erika y Aura.
No todo el mundo era capaz de verlos de éste color. Sinceramente, no era popular debido a que mis ojos eran morados, sino sólo porque muy pocos compañeros podían verlos morados, mientras que el resto que dudaba de su tono siempre los veían ambar. Eso sí, aquellos que sabían que eran morados, no lo dudaban nunca, y en ese grupo, he de incluirme yo también.
Y ahora... Ya no sé qué más decir... En estos dos años pude darme cuenta de que era algo especial, así como Erika y Aura, y es una sensación... Muy extraña y compleja, pero hermosa. Si algún día pensáis que vuestros ojos son de mi color, sólo tenéis que creer en ello, y efectivamente, lo serán. Con estos ojos, podréis ver más allá de lo que os enseñe el mundo, e incluso podréis crear y modificar parte de él.
Hay una palabra que todo el mundo suele repudiar... "Soñar", pero aunque nadie quiera utilizarla, existe porque podemos hacerlo, y esa es nuestra clave para seguir adelante, aunque el mundo no nos muestre más colores que el negro.
Gracias, Erika y Aura, por todo ésto que me habéis enseñado. Y como agradecimiento, cada vez que vea un niño, un adulto, incluso un anciano, que esté viviendo aquel infierno, utilizaré esas palabras mágicas con las que Erika me sacó de él: "¿Y tú... En qué crees?"
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