martes, 24 de junio de 2014

Félix II

Estaba pasando a limpio el relato de Félix, las segundas y terceras partes que podéis encontrar por este blog, pero en el proceso, acabé escribiendo una historia completamente diferente, así que aquí os la traigo. Dejaré algunos párrafos, para que leáis un poco de ella, y si os gusta, podréis continuarla en el link que os dejaré abajo.

Un día, mientras iba cargado con los kilos de compras de alimentos que mi madre me ordenaba a hacer, muy por encima de mis capacidades físicas, me encontré a Erika, mi antigua profesora, de camino a mi casa. ¿Por qué "antigua profesora"? Ya ni voy al colegio. Bueno, eso desde hace mucho tiempo, tanto, que estaba comenzando a olvidar el camino para llegar. No exactamente por donde debía ir, eso siempre lo recordaré. Siempre permanecerá en mi memoria para cuando pueda regresar. Más bien, mi mente estaba deshaciéndose de las memorias sobre cómo se veía el camino. La forma de los árboles, alzándose a por el sol, que siempre permanecía brillante, aportándote energía en el camino, los campos de flores en terrenos sin casas, así como las casas que llevaban más de un siglo en pie y comenzaban a convertise en ruinas, mimetizándose con el verde de la vegetación que trataba de recuperar su territorio. En casa, las ventanas siempre estaban cerradas, y con cortinas y persianas echadas, así la hermetización era perfecta, y sólo se nos conocería por nuestros actos al levantarse el telón.
No sé si fue astucia de Erika, o casualidad del destino, pero gracias a que no me la encontré cerca de casa, pude aceptar su invitación de ir a tomar un helado. Aunque mi casa esté completamente hermetizada, eso sólo era en dirección dentro hacia afuera, pero mi madre tenía muchas y diversas formas de vigilarme. Al hablar con ella, me regañaba por acariciar al perro del vecino, estar mucho rato hablando con su dueño, quedarme un rato en el cesped pensando, y demás.
Por primera vez, me di cuenta de lo bonita que era la ciudad. Lo único que conocía de ésta, eran las cinco o seis calles que conducían de mi casa a la escuela, y de mi casa al supermercado. Dejamos las cosas en el coche de Erika, que casualmente estaba aparcado muy cerca. Aunque tal vez no fuese tan "casualmente", sino alguna trama de mi antigua profesona para conseguir ayudarme, ¿por qué iba a aparcar si no un coche en una calle completamente residencial a las a fueras de la ciudad, donde ella no vivía?
Al poner las cosas dentro, Erika vio como mi brazo temblaba al intentar alzar todo ese peso, y decidió ayudarme con ello, pero como resultado rozó uno de los muchos moratones que tenía al rededor del húmero, e hice una mueca que le preocupó bastante. Yo no quería que se preocupase, e intenté esbozar una sonrisa haciendo acopio de toda la felicidad que pudiese, aunque no pareció funcionar mucho.
"No sé cómo has podido aguantar hasta ahora así, debes ser muy fuerte." - Dijo. No entendí muy bien sus palabras. ¿Acaso no vive la gente así?


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Desde que dejé de ir al colegio, comencé a pensar. Igual aquellos chicos que sí iban al colegio, era porque eran mucho más fuertes que yo, y podían luchar contra sus padres. Tal vez eran más inteligentes, y podían encontrar caminos allá donde yo no los veía. Tal vez solo tuvieron más suerte, y sus padres aún no se dieron cuenta. Tal vez... No sé. Creía que algo tenían, o hacían, que yo no conseguía lograr, y que les permitía seguir yendo a aquel paraíso llamado instituto.
Erika terminó por colocarlo todo ella, y tras el clack que sonó al cerrar el maletero, nos dispusimos a ir a la heladería. ¿Cómo sería una heladería? Seguro que tiene que ser un lugar frío. Los lugares fríos solían gustarme, en casa, puesto que no dejábamos ni un solo orificio por el cual pasase aire, el calor poco a poco se fue acumulando. No era calor "humano", por así decirlo, ese calor es agradable y acogedor. Era calor residual. Al hacer la comida, al ducharte,.. Se iba generando y acumulando. Pero el calor "corporal" es algo que mi cuerpo nunca produjo. Al hablar con Erika, siempre me fijaba en la especie de "calor" que desprendía. Era como cuando encendíamos entre mis padres y yo la chimenea, para calentarnos en el frío invierno. Era un calor acogedor, que hacía derretir todos los carámbanos de hielo clavados en tu ser.
Aunque el "hielo" de esos carámbanos era malo, una heladería no podía ser para nada mala. Recuerdo como algunos de mis compañeros de clase se pavoneaban de ello, y se sorprendían al descubrir que no sabía de qué hablaban.
Por el camino, fuimos hablando de varias cosas. Me estuvo contando algunas aventuras que había tenido recientemente en el instituto.
"Pues verás, ¿recuerdas las escaleras que había justo frente a tu clase? Descendían hacia la izquierda de la puerta, y al bajar seguías recto, tras pasar un pasillo lleno de dibujos de pequeños de infantil, llegarías al patio." - Asentí, y continuó: "Ayer unos chicos estuvieron jugando al castillo. El juego tenía dos o tres grupos, y se iban turnando. Los que estaban más arriba. lanzaban pelotas a los que estaban más abajo, que tenían que esquivarlas como fuese. Si una pelota llegaba a tocar a alguien, perdía, y el grupo que más aguantase ganaría. Unos chicos cogieron una pelota bastante grande, y lo lanzaron como si fuese las pelotas de goma con las que siempre jugaban, pero entonces el de abajo no pudo esquivarla, y se cayó."
"¿Qué le pasó?"
"Nada grave, por suerte, cayó apoyando una mano, y sólo se hizo unos rasguños. Eso sí, el berrinche que tenía se podía escuchar por todo el colegio, y nos dio un susto bastante grande. Jugar en las escaleras estaba prohibido."
"Y... ¿Qué hicisteis con los chicos? ¿Les pegasteis?"
"¿¡Pegar!? ¿Cómo íbamos a hacerles eso?" - Dijo. En su cara se mezclaban tanto horror como sorpresa, a partes iguales. ¿Había dicho una cosa tan rara? Era casi la misma expresión que pusieron mis compañeros con lo de la heladería, sólo que mucho más seria. Mis compañeros después de sorprenderse, se rieron todos, ella no.
"En mi casa se suele hacer... Si hablo mucho con los vecinos, o si paso demasiado tiempo fuera, es lo que provoco. Mi madre se pone triste, porque no le he hecho caso, y dice que la gente necesita pagar sus penas con alguien, y que ese "alguien" me tocaba ser a mí. ¿No os enfadó que no cumpliesen esas normas?"
"Sí, pero pegar es aún peor. Si les hubiésemos pegado, nos habríamos enfadado con nosotros mismos."
"¿Por qué?"
"... Por qué, dices." - Permaneció algo pensativa durante un rato, pero tras recorrer dos o tres calles, continuó: "Porque estaría mal. ¿no? No es justo que alguien imponga su razón por la fuerza, ¿no crees?"
"Justo..." - Dije. Finalmente, llegamos a un local. Erika se paró, miró hacia el letrero, y dijo: "Es aquí, ¡por fin hemos llegado!", y entramos. Al cerrar la puerta, sonó una campanita, y acto seguido una chica vino a guiarnos a nuestro sitio.
Nos sentamos, y la chica nos preguntó que qué tomaríamos. Creo que Erika pidió por mí, porque cuando trajo las cosas, nos colocó una especie de tarrinas con dos pelotitas que soltaban una especie de vapor neblinoso, aunque muy fino. Cogí una porción del "helado" y lo probé. El sabor inundó mi boca. Pensé que estaría muy caliente, y por ello soplé antes de devorarlo, pero no fue para nada así. Un suave sabor a chocolate llenó mi paladar, y aunque me dió un poco de calambre en algunos dientes, era un sabor muy afable, que parecía comprenderme, y ayudarme a olvidar algunos de los peores momentos de mi vida.
Lo racioné muy bien para que durase el mayor tiempo posible, tanto fue así, que Erika ya hubo terminado con el suyo, cuando yo aún llevaba a penas la mitad.
"Vaya, aún te queda bastante, voy a aprovechar para ir al baño. Después, tengo que hablar contigo muy seriamente, ¿vale?" - Asentí, no presté demasiada atención a lo que dijo, aunque seguro que no era nada malo. "Ahora vuelvo." Y se levantó, y alejó.
Seguí disfrutando con el helado. Era una cosa muy extraña, ahora su forma era menos rígida, y comenzaba a ser una especie de batido, aunque seguía estando delicioso. Aunque este momento de placer no duró tanto como esperaba...
Frente a mí, en el lugar que debía ocupar Erika, se apareció el engendro que acechaba en mi hogar.  Sus cabezas comenzaron a extenderse, y a inundar todo el bar, y cada una de sus caras, cubrió como una máscara las caras de los demás clientes, fijándolas, para que no volviesen la mirada hacia mi lugar.
Tu madre lleva esperándote mucho rato, ¿quién te crees que eres para hacerle sufrir así?
"Yo... Yo no..." - Miré el reloj de la heladería, y ya hacía más de una hora que debería estar en casa. No se me había olvidado, para nada, de hecho intentaba olvidarlo, era la única cosa que bloqueaba el sabor completo del helado: miedo, que se aunó con una terrible sorpresa para generar una de las peores sensaciones que había vivido hasta ahora. 
¿Eres feliz? ¿Te crees que has evitado todos tus problemas? Tu madre no ha podido aguantar tu retraso, y ha muerto. Ha muerto por su propia mano. Todo por tu culpa, por egoísta.
Sus palabras parecieron cortarme en dos, diagonalmente. La curva que trazaron, como si de una espada se tratase, me atravesó de cabeza a pie, en una línea completamente recta, casi perfecta. El mundo volvió a ennegrecerse: "Que yo he..." - Fue lo único que pude decir. El monstruo rió burlón, y decidió seguir golpeándome donde lo hizo mi madre, recuperando los estigmas que me unían con él. Las heridas, no estaban para nada curadas, y parecía que cada golpe iba a ser el definitivo, el que me liberaría del resto de golpes, pero al final nunca era así, y siempre había lugar para un nuevo golpe 
¿Ahora le cogiste cariño a una profesora? Qué pardillo. ¿Te crees que su trato es especial? ¿Te crees que has sido el único con el que ha hecho ésto? ¿Contigo? ¡No me hagas reir! No eres más que otro engendro, como yo. De hecho, tú eres el que me creó. Si no existieses, tu madre nunca habría dejado la fábrica, ¿no crees? Y esa tal "Ana" nunca se habría aprovechado de ella. Todo es culpa tuya, ahora dime: ¿Para qué has nacido? ¿Para hacerle aquello?
No quería admitirlo, pero no mentía. Si yo no hubiese nacido, mi madre no le habría dado nunca esa oportunidad a Ana, y ahora mismo nadie sufriría. Sentía cómo poco a poco, el techo del local se iba cayendo encima mía. Ladrillo tras ladrillo, viga tras viga, e incluso trozos de cemento y pintura caían sobre mi cabeza, y rebotaban hacia el suelo. Debería haber muerto en el primer impacto, pero no. Éso no era lo que él quería. Yo debía sufrir, no morir. Sufrir eternamente, para así poder alimentarse del color de mis lágrimas, todos y cada uno de ellos arrancados de mi alma.
No podía quedarme allí. Sentía como ya no podría sobrevivir más. Ya quedaba poco de aquello que me hacía seguir viviendo, que de acabarse, me convertiría en un muñeco andante. Tenía que huir. La ventana estaba justo a mi izquierda, y parecía gritar "¡Por aquí, por aquí!", la abrí lo más rápido posible, y conseguí salir de ahí. 
Ahora debía correr. El monstruo parecía reirse, y se quedó sentado. Aunque estaba seguro de que sólo quería darme algo de ventaja, para que luego al alcanzarme la captura fuese más placentera. El edificio, por fuera, estaba intacto, y aquello que me había golpeado desapareció. No había pasado nada, aunque en mi cuerpo seguían las heridas, aún abiertas, de todos y cada uno de los impactos que había recibido. Correr nunca había sido tan doloroso, pero era una cuestión de vivir unos segundos más, o rendirme ya al inescapable desenlace que me esperaba.
En ese momento, vi una figura en la lejanía. Ésta no estaba poseída por la magia del monstruo, ya que su cara no era negra e impasible. Tenía un tono de piel algo moreno, y el pelo le llegaba hasta el cuello, completamente liso, deslumbrando con un brillo cobrizo. Era el mismo tono que tenía Erika, siempre recogido en una coleta.
No, no era el mismo tono de Erika, sino el tono de Erika. Era ella, no tenía duda alguna. Escuché los pasos acelerados del monstruo, que por primera vez temblaba, con una expresión preocupada. El verle así me infundió aliento. Por primera vez, sentía que estaba en su mismo nivel, que podía competir contra él. Seguramente, Erika conseguiría, en caso de que llegase, hacerme el ganador instantáneamente.


¡Gracias por vuestro tiempo leyendo todo ésto! Para mí es muy importante, de veras.

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